1. La formación cívica ciudadana se nutre de los temas centrales que la persona debe de abordar en su vida cotidiana, en el transcurso de la vida, en los embates del trabajo, en la capacitación, en la universidad, en la escuela. Es decir en toda oportunidad que auspicie y presente la sociedad. La formación cívica, no se compra, no se vende, se asume como un derecho y quienes deben protegerla tienen la obligación de hacerlo. La formación cívica se promueve, se respeta, se le brindan las condiciones. La formación cívica en democracia se cultiva, se fortalece mediante la participación libre y responsable en las instituciones, en las acciones que la sociedad emprende en bien de la colectividad.
Un artículo publicado el domingo pasado y que lamentablemente no ha tenido los comentarios que merece, sirve de centro de esta entrega. No podemos guardar su mensaje y ser indiferentes a su contenido que debe generar mucha reflexión en los educadores, en autoridades que tienen la tarea de crear corriente de opinión basada en la interpretación del fondo de los sucesos y no en la reiterada insinuación del éxito.
Salomón Lerner Febres, quien fue presidente de la Comisión de la Verdad y Reconciliación escribió el domingo pasado, sobre estos temas reflexionando desde su posición y conocimiento y diciendo: “Es muy evidente la baja calidad de la discusión pública en nuestro país. No se trata de una realidad nueva sino de una situación que puede rastrearse, por lo menos, dos décadas atrás. Su señal más preocupante y nociva es la inexistencia, en el debate político habitual, de temas verdaderamente cruciales para la población y, hablando más ampliamente, para la consolidación de nuestra democracia.”(LA REPÚBLICA. 22.04.12)
No se trata de señalar culpables, egoísmos serviles. Todo lo contrario. Se trata de reconocer dónde estamos fallando, antes que buscar reconocimientos que se esfuman como el incienso en los altares. Se trata de asumir responsabilidades y tomar decisiones para cambiar de una vez en lo que se llama la educación cívica, la forma de educar en el hogar y la escuela. ¿Y cómo vamos en esto? ¿Alguien tira la primera piedra?
Esta indiferencia dice Lerner que tendrá una antigüedad de veinte años, creemos que más, pero es indudable que a nuestra generación le cabe la responsabilidad ciudadana de no hacer nada por cambiar las cosas. Cierta conformidad complaciente ha hecho posible que se reproduzcan formas de vivir, de actuar, de proceder donde la falta de valores, la carencia de ética, ha prohijado lo que se llama hoy chicha, combi para unos y para los que cuestionan esta situación se les moteja de caviares, creyendo que con ello se salva el momento. Y es todo lo contrario.
No debemos olvidar, como se hace hoy, que existe una causa en toda esta forma y manera de actuar en el Perú de hoy. Lerner nos recuerda que “Otras razones se asocian con la deliberada corrupción de la palabra operada principalmente desde el régimen autoritario de Fujimori. Él y sus cómplices y asalariados pusieron un temprano empeño en tergiversar todos los términos de nuestra vida política y en instaurar no solamente la mentira, sino sobre todo el cinismo, como forma de comunicación entre la política y la sociedad. A doce años de concluido ese régimen, ha sido muy difícil para el Perú deshacerse de esa herencia sencillamente porque aquello que ocurre en el ámbito de la cultura y de los hábitos conquista una permanencia mayor, más difusa pero también más arraigada, que lo que solamente sucede en el ámbito de las instituciones políticas.” ¿Por qué olvidar la causa de todo este problema que ha destruido nuestra moral, la ética profesional, el comportamiento de la comunidad? Se le quiere echar la culpa al deterioro de la familia, de las instituciones, pero olvidamos los responsables que se valieron del poder y sus argucias para torcer las verdades y los objetivos centrales del desarrollo de la persona, de las instituciones, de la sociedad. Y destruyendo y desacreditando fueron construyendo a su manera, con la corrupción como cimiento, lo que consideraron la realidad que le convenía a una sociedad construida a su medida. Nuevos actores sociales con títulos académicos fueron aportando a la construcción de un sistema corrupto que tejió una red para interactuar de la manera más ruin. El autoritarismo se impuso sobre la solidaridad; la indiferencia, sobre la pobreza, el surgimiento de una clase social en base a la desaparición de la clase media, de las instituciones tutelares del país.
Y así fuimos pasando estos años bajo el lema de “pan y circo” del dadivoso chinito. La vieja estrategia del “Pan y Circo para el pueblo”, data de la época del imperio Romano, durante el cual con el afán de someterlo, se organizaban toda clase de eventos de entretenimiento, fiestas, festejos y festivales de comida. ¿Alguna semejanza y recuerdo de lo que se hizo y sus resultados?
2. Recuperar el tiempo perdido es bueno y necesario. La empresa que nos ha tocado es rescatar el diálogo, el debate y “reconstruir el espacio público y, por ende, de los temas de discusión más sustanciales para el futuro del país se presenta así como una tarea urgente y al mismo tiempo muy exigente. Podría decirse que un elemento en contra de esa recuperación es, precisamente, la pérdida de costumbre. Una sociedad desacostumbrada a debatir con espíritu crítico y a la vez constructivo tiende a caer en la monotonía, donde prima la voz del más fuerte, o en una situación de alta conflictividad, en la que el diálogo solamente se entiende como antagonismo y donde la única meta es la derrota del otro”.
Eso lo percibimos hoy cuando se analizan los acontecimientos del VRAE (Valle del Río del Apurimac y Ene). Los civiles no podemos analizar la estrategia militar, pues es especializada y es secreto de Estado y se olvida olímpicamente que estamos en democracia, que los actores somos los ciudadanos, sus instituciones, respaldados por las leyes y acuerdos. Presenciamos este rebrote de autoritarismo cuando se han mostrado hechos y causas del desajuste en la estrategia militar, cuando se descubre que los chalecos antibalas no son los que se requieren para el combate; que las raciones de los soldados tienen una fecha de vencimiento pasada. Hemos apreciado cómo el “espíritu de cuerpo” sirve para proteger a los miembros de una institución tutelar del país como las Fuerzas Armadas. De otro lado hemos visto cómo la razón de la sinrazón se utiliza cuando se presenta el peritaje realizado por expertos sobre el Impacto ambiental en el caso de la Mina Conga. ¿Dónde quedaron las formas democráticas de abordar los temas y problemas en el debate? ¿Dónde el dar sin esperar recibir algo a cambio? Se ha cambiado el valor de las palabras, de las cosas, de los análisis que se realizan.
Pero son dejados de lado los temas centrales de un país que aspira a ser desarrollado, que tiene como centro el desarrollo humano y una agenda que desarrollar y cumplir para que la educación que se brinda sea de calidad y no remedo de la calidad que nos vendieron en ese mercado de abalorios de Alí Babá, que nos presentaron obras realizadas sin los respectivos estudios técnicos, también compras sin el debido sustento y hasta un Colegio Mayor que infringe la Ley General de Educación, pues no se estipula este tipo de institución (Ver Art. 67º). De ello hemos heredado situaciones marginales y policiales cuyos representantes no sólo son los niños trabajadores, los jóvenes de las barras bravas y los niños soldados.
3. Terminando. Las reflexiones a que nos invita Lerner no deben quedar en la indiferencia, como si su lectura no nos tocase, no nos comprometiese. Y Conga nos toca solamente si existe escándalo, Doe Run, es problema de mineros y metalúrgicos de la Oroya, e interesa si toman la carretera central e interrumpen el paso al centro del país. Nos hemos acostumbrado a que otros pongan la agenda y que otros tiendan la mesa, se evaden responsabilidades. Otra vez Lerner: llama la atención y convoca “Recuperar ese espacio equivale a traer de vuelta a la esfera de nuestras preocupaciones aquellos grandes temas a los que no podemos permanecer indiferentes. Esos temas son numerosos, pero vale la pena resaltar uno crucial, que es el de la memoria de la violencia y, por consiguiente, el de la suerte corrida por innumerables compatriotas en los años del conflicto armado vivido en el país.” Cuesta aceptar lo evidente, cuesta mirarse en el espejo de tantas situaciones, sin embargo es necesario vencer aquella tara dejada por un régimen que se ufanó de que teníamos la mejor educación de Latinoamérica, sin saber lo que era educación, pero si sabiendo que era al mercado al que se debe servir y que el negocio es mejor que el aprendizaje y el conocimiento. Temas más importantes deben ponerse en debate y para ello debe tenerse el valor de refundar o fundar partidos en donde las ambiciones queden relegadas, el espíritu de reconocimiento se enfunde en las preocupaciones por el otro y los valores sean el motivo de nuestro diario vivir y convivir. Una utopía, tal vez, pero la utopía sirve para movernos y no para quedarnos sedentarios y contemplativos ante tantas postergaciones e inequidades.
Un hermoso ejemplo de lo que deberíamos estar promoviendo y acompañando es la experiencia que han compartido el jueves 26 el IPEDEPH (Instituto Peruano de Educación en Derechos Humanos y la Paz) y Fe y Alegría “ATINKUMI. Construir una escuela rural con calidad y equidad”, “…donde se puede palpar la solidaridad, el querer hacer de la escuela un espacio humano, a la que los niños y niñas quieren asistir, aprender con alegría, y permanecer en ella.” Así se van construyendo espacios, lugares en donde es bueno estar y educar. Y esta experiencia construida lejos de la capital nos dice que es posible recuperar estos espacios, pues se va construyendo ciudadanía, respetando al otro, haciendo realidad la solidaridad, palpando la equidad. Una educación rural que la experiencia nos muestra que es posible y que es necesario que su ejemplo sirva para emular respetando la interculturalidad, no repitiendo la experiencia, pues ella debe tener en mucho lo que los ciudadanos decidan. Mientras unos promueven las tablet, las laptop, el facebook, el celular como recurso a incorporar en nuestra educación, la experiencia nos muestra la brecha que se debe ir cerrando, no sólo con el despliegue de recursos económicos y aspirando a la competitividad –sin duda importante- sino con mucho compromiso, con recuperar la autoestima de los docentes, la confianza en la comunidad y sus instituciones.
Finalmente unas líneas para recordar una pérdida de estos días y que fue un ejemplo de vivir ciudadanía a pesar de haber sido el primer Defensor del Pueblo. Jorge Santistevan de Noriega ha sido un ciudadano a carta cabal y marcó la ruta de muchos profesionales jóvenes que lo acompañaron en su desempeño profesional en la Defensoría. Fue un ciudadano “… Prudente en el hablar, abierto a escuchar a todos, respetuoso en público y en privado, firme en sus pronunciamientos.”(CARETAS, edición 2229, del 26.04.12). Muy temprano lo perdimos. Y ojalá sea un referente a seguir en las reflexiones que emprendamos. (27.04.12)
Etiquetas: educación cívica, educación ciudadana
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