1. Dakar y nuestras miserias. En estos días de euforia, post fiestas de navidad y de año nuevo se produjo un hecho que es la punta del ovillo de una larga pita que se enrosca en los vericuetos de nuestra sociedad y que sin embargo es tan antigua que ya nos acostumbramos a convivir con ella: la fuga de unos adolescentes que se encuentran recluidos en el Centro Juvenil de Diagnóstico y Rehabilitación de Lima.
Mientras los medios publicitaban el inicio de la carrera Dakar 2013 – Perú-Argentina-Chile, en dicho centro se planificaba, la fuga de 27 adolescentes, de la manera más inverosímil. Nadie ha explicado aún qué sucedió, cómo fue y quiénes tienen la responsabilidad. Difícil tarea. Lo que si ha abundado han sido las opiniones, los epítetos como el que exhaló el Presidente de la República al paso, como para huir del hecho y sin reclamar por lo que la ley no permite: fotografiar al adolescente infractor “visualizar la cara de este miserable (…) pero sí se visualiza la cara de todas sus víctimas que somos la sociedad en su conjunto”. Sin duda la falta será muy grande, pero no justifica ese desprecio. Ponderación, seriedad, magnanimidad cuando se trata del caído.
El chico causante de la fuga (¿será posible que él haya podido liderar a los otros 26 adolecentes para fugarse?), es un adolescente acusado de sicariato, inducido por un familiar desde que cumplió los 15 años. Pobreza, promiscuidad, hogares desintegrados. La calle de su barrio ha sido su escuela, las conversaciones de los adultos que lo rodearon han sido las lecciones mejor aprendidas para poder crecer y sobrevivir en medio de la miseria. Experto en el manejo de armas, de cuchillos, de otras letales para segar la vida. Sin duda empezamos a vivir una historia como la de los niños de Medellín, sicarios que vivieron de la emulación de y que hoy una televisora sin ningún problema lo ha empezado a propalar.
Olvida el señor presidente que el Código del Niño y el Adolescente señala que no se publicarán en medios de comunicación la identidad ni la imagen de los menores de edad que “se encuentren involucrados como víctimas, autores, partícipes o testigos de una infracción, falta o delito”. La ley es la ley. Qué poco observantes somos cuando ella perturba nuestra tranquilidad.
Contradictoria la realidad de estos días. Unos gratamente impresionados por la tecnología de las máquinas que están compitiendo en Dakar y otros, levantando la mirada inquisidora frente a una realidad que este personaje adolescente planteó desde su primera detención allá por el mes de septiembre de 2009 cuando ingresó al Centro Juvenil de Rehabilitación y Diagnóstico de Trujillo. Sobre él pesan denuncias de secuestro y homicidio. Dos meses después es liberado al no encontrarse pruebas que lo incriminen. Luego en febrero de 2011 vuelve a ser detenido por disparar y asesinar a 3 personas. El presente año es sentenciado a seis años de cárcel. Pero fuga del centro de reclusión junto con otros tres adolescentes. Es capturado y sentenciado a cinco años y medio de reclusión. Vuelve a fugar y vuelve a ser detenido hace pocos días.
La reacción de los medios ha sido sancionadora al punto que se ha puesto en duda lo que expresa el Código del Niño y del Adolescente de manera que dicen algunos periodistas que con este récord, parece razonable hacer caso omiso de la privacidad de este menor de edad, para dar a conocer su rostro, su nombre y apellidos y los hechos que ha realizado.
2. Cuando no somos capaces de respetar al otro. Estas reacciones e historias y demás opiniones (sólo escuchamos algo atinado sobre el tratamiento de este adolescente al director del INPE, sobre el tema de readaptación y los casos de los adolescentes que lindan con hechos delictivos), llevan a tratar el tema de los niños y jóvenes abandonados de una manera sancionadora y no reconstructiva. Merecen respeto no por lo que lo diga el Código sino por ser personas.
¿Es que sólo existe este caso para exacerbar y convocar a jueces, oficiales y demás caza delincuentes y no a profesionales que saben sobre estas personas que empiezan a delinquir?
El jueves la revista Caretas, semanario tradicional del país, nos advierte que no es el único sicario adolescente en el país. Publica la foto a todo color en la carátula. Las historias que se vienen contando y recogiendo en la prensa son diversas y no justifican transgresiones legales. Ninguna nota profundiza sobre el por qué de tanta crueldad. Tampoco por qué un niño se convierte en sicario. El escándalo vende. Fotos videos, interpretaciones, suposiciones van tejiendo en la memoria popular y su imaginario historias de personajes truculentos que poco aportan a la sociedad.
Hacer escarnio del caído y peor si éste es un adolescente con problemas, tal vez no sólo económicos sino psicológicos, familiares, etc. habla bien poco de lo que somos como sociedad. Se ha llegado a burlas ofensivas de personajes que dicen tener cierta formación y merecen respeto por su opinión. Pero debemos ser ponderados en nuestros juicios. No debemos caer en excesos que llevan no sólo a denigrar a la persona, sino todo lo contrario. Podríamos preguntarnos ¿qué está pasando que empezamos la ruta de contar con menores sicarios? ¿Quién los está llevando a ese recodo de la delincuencia para evadir una pena mayor, por ser inimputables?
Sin duda una responsabilidad que debemos asumir los educadores. ¿Cómo conocer a nuestros educandos? ¿cómo saber diferenciar su desarrollo psicológico? ¿cómo tratar las diversas personalidades en formación que tenemos en el aula? ¿cómo trabajar en equipo no sólo en el aula sino en toda la institución educativa?
Contar con un Centro Juvenil de Diagnóstico y Rehabilitación, como los que cuenta el Ministerio de Justicia, es trabajar con casos terminales de niños y adolescentes. La escuela debería ser la institución educativa que prevenga posibles desviaciones en la formación personal de niños y jóvenes y el docente estar capacitado para tratarlo. Esto implica saber trabajar en equipo de manera interdisciplinaria, realizar trabajos de investigación, confrontar casos y diseñar alternativas de tratamiento.
¿Cómo cultivar el afecto en los niños? ¿cómo tratar el temor y la inseguridad cuando llegan a la escuela? En un estudio sobre experiencias y propuestas educativas para los niños de la calle, encontramos estas afirmaciones fruto del trabajo con estos niños: “…hallamos expresiones culturales sorprendentes, si no nuevas, poco divulgadas. Así, paso a paso, las respuestas obtenidas han perfilado la dramática figura de unos niños azorados y tajantes, sin noción de proyecto de vida, sin expectativa en el futuro. Las respuestas a su existencia son de perturbante inmediatez. No tienen ni un espacio ni tiempo planificado. Combinan necesidad con posibilidad y “ganas” de satisfacerlas. En su vida en un día, no hay mañana a la vista.” (CHIBOLOS. Experiencia y Propuestas de Trabajo con niños de la calle. Asociación Germinal. Lima, 1991)
A diferencia de esta manera de percibir la realidad de estos niños, la crónica publicada por Caretas los describe con juicios sancionadores “…Es mentiroso, frío y calculador. Cínico, inmisericorde y sin remordimientos. Detesta la vida ajena y su sola presencia causa temor. Puede tornarse agresivo o emplear la agresividad para hacer frente a dificultades. No tiene sentimientos intensos”. El perfil psicológico que obra en el Quinto Juzgado de Familia de la Corte Superior de La Libertad describe con singular frialdad a ese asesino adolescente. La crónica sigue dando cuenta del historial del sujeto, sin importarle la edad y menos el Código del Niño y Adolescente. Se trata de mostrar una historia de vida (¿?) de una persona. No se han puesto a pensar el daño que le hacen no sólo a él sino a otros niños y jóvenes.
Una brecha enorme que tenemos en la sociedad, que es necesario trabajar desde la educación para irla cerrando. Ello invita a reinventar la escuela, capacitar a los docentes, realizar investigación a partir de los actores que la componen. Leyendo estas historias recuerdo el libro El Diario Educar, de Constantino Carvallo y sus preocupaciones por la educación de los niños y los jóvenes. Cuanta falta nos hace su pluma y lo que Luis Jaime Cisneros refiriéndose a su obra decía: que estaba impregnada del eros pedagógicus, que tanto deben cultivar no sólo los docentes sino también los que tienen responsabilidad de dirigir y escribir en los medios de comunicación masivos.
Respeto al otro, respeto por su historia, demandan los derechos humanos y la democracia que se dice que vivimos. Es bueno que lo practiquemos de rey a paje, es decir desde el Presidente hasta el redactor de comisiones. (12.01.13).
Etiquetas: brecha, código del niño y aolescente, derechos humanos, Educación, respeto al otro
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