El nuevo sentido de la educación secundaria: formar competencias e identidades

Tomado del libro de Cecilia Braslavsky LAS NUEVAS TENDENCIAS MUNDIALES Y LOS CAMBIOS CURRICULARES EN LA EDUCACION SECUNDARIA DEL CONO SUR EN LA DECADA DE LOS ́90. Publicado por IBI –UNESCO

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En líneas generales existe una tendencia a proponer que el punto de partida para los procesos de construcción curricular en América Latina debe ser la asunción del desafío de formar competencias (República Argentina, Ministerio de Cultura y Educación,1997; República de Chile, Ministerio de Educación, 1998a ).

Sin embargo no existe suficiente consenso ni experiencia en la definición de un concepto de competencias o en su traducción operativa. En consecuencia parece importante revisar permanentemente la noción de «competencia». En los materiales de varios países se define a una competencia de un modo amplio, afín a su conceptualización como un saber hacer con saber y con conciencia respecto del impacto de ese hacer (Braslavsky, 1993). Otra manera de expresar esa misma noción de competencia es como un procedimiento internalizado y en permanente proceso de revisión y perfeccionamiento, que permite resolver un problema material o espiritual; práctico o simbólico; haciéndose cargo de las consecuencias.

Desde estas definiciones una competencia tendría que tener siempre una doble referencia: a una dimensión de las capacidades de las personas, y a los ámbitos de referencia e intervención de quienes se están formando.
Se trataría de que las escuelas para los adolescentes y los jóvenes formaran a un mismo tiempo sus capacidades cognitivas, afectivas y éticas, interactivas y prácticas. Dicho en términos más sencillos se trataría de que se enseñara a un mismo tiempo a saber y aprender, a ser, a convivir y a emprender.

Por otro lado se trataría de que esas mismas escuelas facilitaran la contextualización de esas capacidades en espacios en los cuales – aún cuando siempre estas dimensiones están interrelacionadas – predominan aspectos sociales, naturales, tecnológicos o simbólicos.

El principio pedagógico que está detrás de la opción por las competencias como punto de partida y de llegada del curriculum es que las mismas competencias se pueden formar con contenidos, metodologías y modelos institucionales diferentes, aunque dentro de un espectro con ciertas características.

La adopción de ese principio pedagógico facilitaría también el desarrollo simultáneo de las diferentes dimensiones de la identidad de los jóvenes y de los adolescentes, aunque no lo garantizaría. En efecto, si se busca la equidad en el desarrollo de las competencias y no la uniformidad en la adquisición de contenidos; los adolescentes y los jóvenes deberían tener más oportunidades para desarrollar en los colegios también aquellos aspectos de su personalidad que los diferencian. La asunción de currículos orientados a la formación de competencias podría permitirles, por ejemplo, seleccionar contenidos y aún actividades que les permitan profundizar algunas capacidades o conocer mejor ciertos temas de su interés.

De conjunto la oferta educativa debería continuar garantizando la transmisión de la cultura adulta a las generaciones más jóvenes, pero en otro diálogo con las culturas juveniles y sin las pretensiones de que sigue siendo posible enseñar todo a cada uno o estandarizar a tantos millones de personas en cuatro o cinco perfiles formativos correspondientes a las modalidades convencionales de la educación secundaria.

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