Enrique Gervilla Castillo
Facultad de Ciencias de la Educación
Publicado en: Revista de Educación, 340. Mayo-agosto 2006, pp. 1039-1063.
——————————————————-
Urgencia de saber. Saber vivir
El hambre o deseo de saber fue y es una necesidad sentida desde que el ser humano llegó a ser humano, para así dominar más y mejor la naturaleza, asegurar la supervivencia, lograr una mayor calidad de vida, ser más él mismo, organizar con eficacia la sociedad, y, en definitiva, lograr al máximo las posibilidades de su ser y de su hacer: saber vivir y saber convivir. Como ya escribió Ortega y Gasset: Vivir en su raíz y entrañas mismas consiste en un saberse y comprenderse, en un advertirse y advertir lo que nos rodea, en un ser transparente a sí mismo (1964, p. 415).
Este impulso o deseo de saber se concreta y multiplica en múltiples saberes: saber definir, saber distinguir, saber qué, saber por qué, saber mostrar y demostrar algo, razonar o argumentar, saber el principio de las cosas, etc.Así, unos saberes se dirigen dinámicamente hacia el mundo sensible de la apariencia –doxa–, otros hacia la verdadera realidades –nous–; unos son falibles, otros infalibles; algunos son inmediatos y otros mediatos; unos teóricos y otros prácticos… Todos ellos fueron modos distintos de saber desde la antigüedad clásica, deseados para satisfacer unas u otras necesidades de los humanos, pues necesitamos saber para vivir, para cubrir las necesidades básicas, y también satisfacer los placeres de la vida.
El ser humano, pues, está hecho para conocer, es una necesidad vital. Un signo de esta tendencia –como ya afirmara Aristóteles– es el uso y amor a los sentidos, cuya tendencia nos posibilita el conocimiento de diversas maneras según sus capacidades.
Los sentidos son, el principio del conocimiento, pues de distinta forma y manera, nos ofrecen la posibilidad del conocimiento sensible y del conocimiento intelectual. Los sentidos versan sobre lo particular y el intelecto sobre lo universal. La repetida sentencia que afirma:Nihil est in intellectu quod prior non fuerit in sensu (No hay nada en el intelecto que no estuviese previamente en los sentidos) manifiesta la variedad de las sensaciones que percibimos a través de la vista, oído, olfato, gusto y tacto.
La sensación (aísthesis), pues, desde la antigüedad, fue considerada la base y el fundamento del saber mediante la cual se abre el proceso cognoscitivo hasta límites insospechados. Este proceso sensitivo y perceptivo se perfecciona por la memoria (mnéme), gracias a la cual surge la experiencia (empeiría), pues sólo cuando se tienen recuerdos de una cosa se configura la experiencia.A partir de la experiencia, o conocimiento de las cosas singulares, se alcanzará el saber técnico (téchne) –o conocimiento teórico y universal que puede aplicarse a las cosas particulares– y el saber científico (epistéme) o del ser, un conocimiento universal de lo necesario por sus causas, pues sabe más quien sabe no sólo que algo es, sino también el por qué y las causas de lo que es.Yo puedo vivir el universo por mis sentidos, pero lo vivo muchos más por mi intelecto.
Sentir el universo no es lo mismo que pensarlo: pensarlo es poder preguntarse por otros mundos posibles, por lo que es e incluso por lo que no es, pero puede ser.
La sabiduría, pues, en sus múltiples modalidades, es una necesidad vital y una curiosidad, una aprehensión de la realidad por medio de la cual ésta queda fijada en el sujeto. Homo naturaliter curiosus.Y así, mientras la vida animal o vegetal vive su nutrición, su crecimiento, su relación o reproducción, etc. sin saberlo, en los humanos saber y vivir se complican, de tal modo y con tal fuerza, que conocer y saber es el modo más humano e intenso de vivir.
Vivir conociendo es vivir mucho más. Es vivir reduplicativamente lo que se es, e incluso vivir lo que no se es. Saber es así un modo más intenso de vivir, una perfección vital (…). Se vive la rosa que no se es al olerla, se vive el mar que no se es al sentirlo frío y salado.Al conocer la naturaleza se vive la naturaleza.
Por los sentidos, el hombre vive el universo (Arregui – Choza, 1992, p. 145). Con toda razón J. Delors, en su famoso libro La educación encierra un tesoro, (1977, cap.4º) sostiene que los cuatro pilares de la educación son:Aprender a conocer, es decir, adquirir los instrumentos de la comprensión; aprender a hacer, para poder influir sobre el propio entorno; aprender a vivir juntos, para participar y cooperar con los demás en todas las actividades humanas; y aprender a ser o formación de la personalidad propia, un proceso fundamental que recoge los elementos de los tres anteriores. Gracias al conocimiento y al progreso del saber la humanidad goza del bienestar, de la cultura, de la ciencia, de la educación…
Etiquetas: filosofía, saber académico., sabiduría
Deja una respuesta