LIBROS DE TEXTO FEOS Y BARATOS, TAL VEZ GRATIS

Josep Maria Turuguet Licenciado en Prehistoria e Historia Antigua. Profesor de EGB y Primária entre 1980 y 2000. Redactor de textos escolares y enciclopedias juveniles para la editorial TEXT/LA GALERA. Autor de novela juvenil.

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En posts anteriores he hablado mal de los libros de texto. Y me sabe mal, porque hay mucha gente que los hace con verdadero amor y muchos más que los tienen en uso con evidente alivio. No es que me arrepienta de lo dicho, pero no quisiera ser injusto. Sigo pensando que los libros de texto son adecuados para enseñanzas vocacionales y procesos unívocos y que eso no es lo propio de la Educación Obligatoria, sea Primaria o Secundaria. Cuando uno persigue un fin, de alguna manera oposita. Antes, no. Yo diría que eso empieza en el bachillerato que, de momento, es No Obligatorio.

Cierto que los libros de texto procuran sostén, seguridad, orden, línea metodológica y muchas cosas más. Por eso son la muleta perfecta. Para profesores y alumnos. Seguridad y sostén en la enfermedad porque el maestro no es de hierro, orden en la clase porque ocupa a los desocupados (supongámoslo), línea metodológica porque se supone que hay un pedagogo en él. En fin, doscientos años lo acreditan. Pero el mundo ha cambiado, como explicaré en el próximo post, y lo bueno tal vez no lo era tanto si se encuentra algo mejor.

Para no ser maximalistas podemos salvar lo que tenga valor: su papel de recordatorio del currículo y rechazar lo que puede ser peligroso: su función de muleta. Si, muleta, porque ¿cuántos presuntos maestros han podido renunciar a serlo de verdad gracias a él? ¿Cuántos alumnos estudian el día antes porque “el texto” siempre lo tienen a mano? Creo sinceramente que el libro de texto convierte el reto de aprender en la obligación de opositar. Pero puede cambiar.

Un curso, ocho asignaturas, los títulos, los conceptos, cuatro páginas por asignatura, 32 páginas, un cuadernillo en blanco y negro, 2 euros a lo sumo, gasto en libros de texto de un curso de la ESO. Familias, ¡dejad de temblar! No temáis a septiembre. De hecho las editoriales podrían darlo perfectamente gratis. En realidad no es un libro, es un servicio adicional. Su negocio es otro. Los libros, los auténticos. Aquellos con los que el joven “verá” el mundo y/o descubrirá las dudas y perplejidades que darán su auténtico trabajo al maestro. Y esos libros no son de nadie, son comunes. Ni siquiera de la escuela o instituto. Ni del Gobierno. Son de la comunidad o de la Sociedad, como suele decirse. Las asociaciones de padres ya descubrirán la manera de aprovechar las bibliotecas de cada aula (con rigor, que los libros desaparecen mucho y con las cosas de educar no se juega).

¿Y para qué sirve un libro de texto así? Pues eso, para recordar, para repasar lo que se tiene y lo que no, lo que se sabe y lo que no, lo que falta. Se marca, se tacha se añaden comentarios. Eso, sí, no hay que perderlo. La manera de llevarlo ya es un criterio de evaluación. Pero no es una muleta. No asegura nada. Le marca al alumno sus retos, le obliga a moverse. El joven que ignore ese cuadernillo “de texto” es también el tipo de joven que ignorará un libro de texto mucho más caro.

Y ese amor que antes ponían los editores en hacer productos industriales bonitos y útiles podrá abrirse a objetos más pequeños y más modestos. Modestos en producción industrial, pero ambiciosos cultural y pedagógicamente. Podrán investigar infinidad de lenguajes divulgativos, explorar todas las metáforas, ensayar multitud de presentaciones con poco riesgo económico. Pero aún más. Cojamos un libro de texto al azar y hojeémoslo. Contiene infinidad de tesoros mal aprovechados. Esa reproducción de La Primavera de Botticelli en un rincón de la página… O esa ilustración que, aún a doble página, aparece demediada… O ese increíble gráfico de población enriquecido que nos dice cuántos éramos y cuántos somos… O ese mapa temático, o las conjugaciones o la taxonomía de los mamíferos… Hagámoslas salir del libro donde a duras penas consiguen poco más que miradas distraídas. Hagámoslas a buen tamaño (A3 o superior) en carton plastificado, resistente, brillantes. “A ver, ¿quién tiene La escuela de Atenas? o ¿Alguien ha visto La Anunciación? ¿Cuàl?”. “¿Habéis visto la Genealogía de los reyes de Francia?“. Ssssh, en clase no se grita, pero da gusto ver que ciertas cosas han cobrado personalidad. Y que no son propiedad de todos, sino que han de compartirse y con el contacto, se difunden.

No seré el primero ni el último que dice que los jóvenes aprenden mejor unos de otros y todos con el profesor. Ni que lo que uno consigue por sí mismo es lo que realmente hace crecer. Los jóvenes no necesitan unos cuantos libros donde esté todo lo que no quieren aprender. “El tiranosaurio quiere cazar, no que le den de comer” que dirían en Parque Jurásico. Los “pequeños tiranosaurios” se harán mayores yendo a reconocer la selva.

 

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