Sergio Fassanelli / Educador / en La Capital.Rosario
Ingresa al aula con decisión. El curso está desordenado. Los alumnos ignoran su llegada. Deja sus libros sobre el escritorio y, desde allí, adopta una postura de espera con las manos en los bolsillos y mirada desafiante. Algunos advierten su presencia. La mañana recién comienza y no quiere empezarla pidiendo silencio. Pronuncia dos o tres apellidos en voz alta. Suficiente para lograr el orden. Segundos después llega el buen día esperado.
La clase se desarrolla normalmente. Algunos atienden al profesor y trabajan; otros hablan en voz baja creyendo pasar desapercibidos. Al fondo, una alumna vuela en su mundo de fantasía. Observa a un flaquito con una birome en la boca, sin la carga de tinta. Mientras habla de los límites entre realidad y ficción, no lo pierde de vista. Tiene ganas de reír porque el alumno canutero no se sabe vigilado. Un poco más atrás, uno juega con un pequeño trozo de tiza, seguramente, futuro proyectil. Una morochita, delgada, cuestiona en voz alta la explicación. Él pide fundamentos pero no los obtiene. Sabe que al menos hay alguien que lo escucha atentamente. Otros alumnos se suman a la cuestión planteada.
Camina entre los bancos, feliz. Advierte un movimiento sospechoso a sus espaldas. Una rubia intenta, desesperadamente, esconder algo. El profesor le saca una hoja escrita y, sin leerla, la guarda en su bolsillo. Escucha ruegos desesperados de devolución pero no accede. Sonríe ante esos gestos de súplica y continúa el recorrido. Menea la cabeza y cierra los ojos. Muchos recuerdos dan vuelta en su mente. No hace mucho estuvo sentado en esos mismos pupitres. La rubia vuelve al ataque. No leyó el papel pero sospecha que algo interesante debe decir. Sigue su recorrido.
Timbre. Saluda y los alumnos salen al patio. La rubia, no. Intenta evitarla. Imposible. Ahora es por favor, por el amor de dios. Esa cara solo expresa picardía. Aguanta la curiosidad y le devuelve el papel sin leerlo. El agradecimiento es infinito.
Se retira del aula recordando las palabras de Cané: «Decían las cosas que en otro tiempo yo había dicho; usaban las mismas estratagemas que yo había empleado».
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