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El cuaderno en la práctica pedagógica, como mediador en la apropiación de los saberes pedagógico, científico y social (VI)

19 diciembre 2013

Escuela Normal Superior María Auxiliadora  de Villapinzón (Cundinamarca)

 Investigadores:  Olga Peña, Elisabeth Silva //Coinvestigadores: Santiago Barrero, Martha Bernal, Gladys Cortes, Félix Farfán, Ángela González, Bertha Méndez, Vera Mondragón, Javier Morales, Pilar Neisa, Nubia Pedraza, Gloria Rodríguez, Alicia Useche, y Colectivo de docentes y directivos de la Escuela Normal Superior María Auxiliadora

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Elementos Evaluativos

Los elementos evaluativos encontrados en los cuadernos implican una valoración de lo realizado por el estudiante. La evaluación se concibe como la posibilidad de formar y de reconocer progresos y dificultades; por ello, la evaluación no debe aplicarse para validar el discurso del profesor, sino para reconocer las estructuras conceptuales que el estudiante ha desarrollado.

 Se observó como elemento evaluativo, un símbolo que significa que el trabajo ha sido revisado, un visto bueno o valoraciones cuantitativas desde deficiente hasta excelente, pero en muy pocas ocasiones la autoevaluación o las evaluaciones cualitativas y descriptivas.

 Algunos docentes escriben junto a la valoración la fecha y su firma. Tan solo en unas áreas hay observaciones de mejoramiento y reconocimiento. En varios cuadernos aparecen notas como: “taller incompleto”, “cuaderno atrasado”, “no hizo tarea”, y en ocasiones se encuentran firmas de los padres de familia, sobre todo en la sección primaria; a veces aparecen notas previas a evaluaciones, donde se sugiere estudiar un tema específico.

 Dentro de estos elementos evaluativos, se encuentra, como un legado de la pedagogía tradicional, el uso de la tinta roja[1] ; podría interpretarse que el maestro usa este color cuando revisa, evalúa y califica los trabajos de sus alumnos, porque contrasta con el color de las tintas usadas por ellos y porque sirve para destacar aquello que el docente considera de especial importancia, como por ejemplo los logros alcanzados o los errores ortográficos o gramaticales cometidos; en fin, sirve para llamar la atención sobre algo que es digno de ello. En el caso que los estudiantes usen este tipo de tinta para presentar sus informes o apuntes, el docente suele buscar un color que haga contraste al usado por el estudiante para resaltar justamente aquello que considera importante resaltar.

 El cuaderno lleva un orden establecido. En general los estudiantes se preocupan por llevar al día sus contenidos, desarrollan las tareas, ejercicios y talleres propuestos, el orden y aseo muestran un buen nivel de desempeño en las actividades propuestas, los estudiantes toman apuntes o consignan lo dictado o consultado, pero también, suelen escribir lo que entienden o lo que consideran más importante del tema, en lo cual se percibe un lenguaje y una presentación de contenidos con estilo propio.

 Mientras que en algunos cuadernos no se hace una revisión minuciosa, pues aparecen errores ortográficos y no hay coherencia en la redacción, en otros cuadernos se observa una revisión meticulosa, en donde al final aparecen observaciones como “Mejorar ortografía y letra”, “Ten cuidado con el uso de las mayúsculas”, “Confunde b y d” o “Puedes mejorar este aspecto”.

 En muchas áreas el uso del cuaderno no es un elemento de rigor, ni se utiliza como herramienta del proceso de aprendizaje o como elemento valorativo de su quehacer. Se detecta que la valoración es un proceso formativo y no un momento final el aprendizaje en la mayoría de los casos.

 A la hora de evaluar los cuadernos, los docentes tienen unos parámetros preestablecidos. Por ejemplo, en preescolar se hacen apreciaciones positivas de acuerdo con la capacidad e iniciativa que tienen los niños, el uso de los sellos, sugerencias y recomendaciones se hace para motivar y estimular a los estudiantes con el propósito de lograr una obra final. En la básica primaria, la básica secundaria y la media vocacional se evalúan los cuadernos mediante parámetros cualitativos y cuantitativos, teniendo en cuenta aspectos como: orden y desarrollo de la temática, coherencia en la actividad, limpieza, letra legible y uso de la ortografía, producciones creativas de los propios estudiantes.

Los docentes procuran escribir sugerencias y observaciones que le permiten al estudiante hacer una reflexión y autocorrección de su labor. El valor que se le da al cuaderno como instrumento pedagógico depende del manejo que se haga de éste; incluso se considera que es importante para el aprendizaje pero no indispensable. Es el caso de las áreas de Educación Física y Tecnología donde sus cuadernos llegarían a ser las mismas herramientas de trabajo, tales como los balones, el computador o el disquete. Otros piensan, por el contrario, que con la utilización del cuaderno en todas las áreas se puede hacer una combinación acertada de teoría y práctica. A través de la utilización del cuaderno se inculcan hábitos de orden y aseo que conducen a la formación integral del estudiante de la Escuela Normal.

Un buen uso del cuaderno tanto por parte del docente como del estudiante, puede facilitar el proceso de construcción de conocimiento, ya que la enseñanza no debe ser la incorporación automática de una información, sino que debe permitir la participación mental del estudiante donde ellos logren una conceptualización cuando hagan, construyan, innoven, inventen e investiguen; y el cuaderno puede ser una herramienta favorable para dicho propósito.


[1] El uso de la tinta roja debe analizarse para entender su simbolismo. Si se trata de la costumbre de algunos maestros para escribir anotaciones en los trabajos de sus estudiantes, algo que parece trivial, tiene su explicación científica: La longitud de onda del color rojo es de 625 a 740 nanómetros 1nm=1.10-9; es la mayor entre las ondas del espectro energético electromagnético que el ojo humano puede captar, siendo la menor la del color violeta con un valor de 385 nm. El primer color que percibe un ser humano aún antes del nacimiento es el color rojo, que por su cercanía con el infrarrojo, proporciona una sensación de calor y protección. Es el color que predomina en las obras de arte de los llamados pueblos primitivos. Si se hace memoria, es el color universal para ser usado en señales de peligro, de alerta o de advertencia. Además se asocia con las exposiciones de alto contenido emocional como el amor y la ira. (Elisabeth Silva. Profesora de la ENSMA)

 

Cómo solucionar las dificultades en la comprensión de los textos

3 julio 2013

Según la Unesco, el 44% de los adolescentes argentinos no comprende lo que lee

La estimulación de la lectura es 100% eficaz antes de los diez años de edad
• Cuando el tratamiento se realiza más tarde, el 75% persiste en sus problemas de lectura
• Esto se debe a que las áreas cerebrales involucradas ya han perdido plasticidad

Cuando la Unesco difundió, en 2003, los resultados de su evaluación internacional de alumnos realizada en 41 países, la Argentina no quedó bien parada: el 44% de los adolescentes no pudo comprender un texto sencillo o tuvo dificultades para lograrlo.

De querer revertir su dificultad deberán trabajar muy duro en los próximos años, ya que el 75% de los chicos con problemas de lectura sin tratamiento antes de los nueve años no logra una recuperación exitosa que le permita ser un lector experto.

«Toda la gran plasticidad del cerebro se cierra a los diez años -explica a LA NACION la licenciada Bibiana Cañás de Ameal, presidenta de la Fundación Latinoamericana de Trastornos del Desarrollo y el Aprendizaje-. Hasta ese momento, el pequeño cerebro está en pleno desarrollo y todo lo que aprende lo almacena rápidamente en la memoria a largo plazo.»

Por eso es muy útil que desde chiquitos los padres les lean cuentos, les deletreen palabras o les enseñen a escribir sus nombres a medida que los pequeños lo piden.

Con excepción de la dislexia -una deficiencia cerebral para procesar sonidos y palabras- y el trastorno de déficit atencional -la imposibilidad de concentrarse en las tareas-, la incomprensión de un texto puede ocurrir por una disfunción genética o de aprendizaje. Por eso, lo más importante es un diagnóstico preciso de los subprocesos involucrados en la lectura.

«Todos los chicos que reciben un tratamiento basado en la estimulación de la lectura y en la práctica de la comprensión antes de los nueve años recuperan ambas capacidades que hoy son deficientes hasta en adultos -dice desde su experiencia como docente universitaria-. Llegan a la fundación adolescentes que leen muy mal, porque no han desarrollado la comprensión.»

Para procesar un texto, nuestro cerebro pone en marcha múltiples funciones cognitivas en milésimas de segundo: la memoria, la atención, la percepción, el lenguaje, la lectura y el pensamiento.

«A diferencia del cerebro del adulto, y gracias a la tecnología de última generación para conocer qué pasa dentro del cerebro infantil y adolescente, podemos conocer científicamente que el cerebro del niño tiene una gran capacidad de modificarse, ya sea por estímulos externos, el aprendizaje o la maduración», señala la licenciada Cañás de Ameal. Esa plasticidad en los más chicos ocurre por un desarrollo de las dendritas y los axones de las neuronas.

«De las dendritas salen nuevas ramas que forman una mayor cantidad de redes en el cerebro -dice la especialista en neuropsicología de los trastornos del aprendizaje graduada en la Universidad de Miami, en Estados Unidos-. Esto es propio de los chicos debido a su crecimiento, al aprendizaje y a los estímulos, ocurre cíclicamente en distintas zonas del cerebro, pero no durante toda la vida: el cerebro adulto podrá modificarse con estimulación externa.»

Un gran almacén
Pero, ¿qué pasa en el cerebro frente a una palabra? Esta, luego de ser percibida visualmente, pasa a través del nervio óptico y llega al tálamo, «que es como una estación central que enlaza todas las rutas de las funciones cognitivas», define. De ahí pasa a la zona occipital, en la parte posterior de la cabeza, para un primer procesamiento. Si la palabra es hablada, en cambio, el tálamo envía la información a las zonas temporales, ubicadas a los costados de la cabeza.

La zona occipital intenta reconocer la palabra y asignarle pronunciación con la ayuda de la memoria a largo plazo. Si lo logra, el chico la puede pronunciar. De lo contrario, la palabra pasa a la zona de Broca, involucrada en el desarrollo del lenguaje, y junto con la parietotemporal la analiza para «ponerle sonido» a cada letra.

En la lectura participan 17 zonas cerebrales. «Cualquiera de ellas puede tener un déficit -sostiene la licenciada Cañás-. Si esto ocurre, el resultado será una lectura pobre y falta de comprensión.» La primera zona evaluada en los chicos para determinar el nivel de comprensión es la zona frontal, que permite el razonamiento de nivel superior. «Es lo primero que se estudia por sus conexiones de ida y vuelta con todo el cerebro -explica la entrevistada-. Allí se conoce si la información llega bien al nivel de comprensión.»

Alrededor del 10% de los chicos que no pueden comprender un texto sencillo son disléxicos. En ellos, el entrenamiento y la ejercitación compensan la deficiencia orgánica mediante la «creación» de nuevas zonas que reemplazan las funciones faltantes.

En los tres primeros meses de tratamiento, asegura la especialista, los chicos logran silabear palabras y relacionar correctamente la letra y su sonido. La clave para lograrlo es respetar la continuidad del tratamiento y un promedio de cien horas de ejercitación para «consolidar» la reorganización de las zonas cerebrales.

En cambio, el resto de los chicos que no entienden lo que leen se ubican en dos grupos definidos: los que leen mal y los que leen bien.

«En el primer caso puede existir un problema en la memoria que no les permite recordar el principio de la frase cuando llega al final, por lo que el déficit no está en la comprensión sino en la memoria a largo plazo, que les impide la asociación de ideas previas, o en la memoria operativa, que acumula la información con la que están trabajando en un momento dado», afirma la licenciada Cañás.

En el caso de los chicos que leen bien, en cambio, sólo un pequeño grupo padece algún problema de comprensión. «La mayoría no presta atención a lo que lee porque en ellos está tan automatizado el proceso de lectura que se distraen, ya sea porque esa lectura no los motiva o porque perciben estímulos internos o externos más importantes», sintetiza.
Por Fabiola Czubaj
De la Redacción de LA NACION
Un test diagnóstico
Una prueba diseñada por la licenciada Bibiana Cañás permite evaluar en cinco minutos si un chico tiene desarrolladas las capacidades que va a tener que utilizar para aprender a leer. Y su certeza es del 95%, según los resultados obtenidos entre 215 chicos de cinco y seis años evaluados, de nivel socioeconómico medio y medio bajo.
«Ellos son los que realmente están teniendo ahora muchos problemas y a los que tenemos que enseñarles», dice la especialista.
La prueba, la primera de su tipo nuestro país, es el primer trabajo de prevención y diagnóstico desarrollado localmente. Consiste en un conjunto de preguntas muy simples de lectoescritura y compresión: quienes las resuelven tienen sus habilidades cognitivas en orden. Quienes no las completan, presentan algún déficit, es decir, son chicos en riesgo de presentar desde un mínimo trastorno lector hasta una dislexia.
«Así como el cerebro es plástico para consolidar los nuevos aprendizajes en nuevas redes neuronales, también es plástico para consolidar los déficit, de ahí que los chicos con problemas de lectura en primero y en segundo grado terminen la escuela con esos mismos problemas», concluye la especialista.
El equipo de trabajo de la Fundación Latinoamericana de Trastornos del Desarrollo y el Aprendizaje fomenta la prevención de los trastornos de lectura, escritura y comprensión (informes: 011-4775-4318).

http://www.lanacion.com.ar/04/04/04/sl_589312.asp

LA NACION | 04/04/2004 | Página 13 | Ciencia/Salud