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El Arte de la Narración – Algunos Apuntes

30 junio 2014

ANA PADOVANI inició su carrera como docente y psicóloga, pasó por el teatro para finalmente formarse en Francia como narradora. En el año 2002 recibió un premio ACE por su espectáculo ?La voz del terror?. En la actualidad, es miembro de la Comisión Organizadora de los Encuentros de Narración Oral, que se desarrollan en el marco de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires.

FUNDACIÓN LEER.

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Fundación Leer: ¿En qué consiste el arte de narrar?

 

Ana Padovani: Es difícil encontrar una palabra. Narrar es una actividad que se hace con artesanía, con amor, búsqueda y trabajo, es decir, con todo lo que conforma al arte. Luego, de esto se hace un oficio; se instrumenta, ya sea en el espacio escénico, en la escuela, en la biblioteca o en cualquier otro ámbito.

 

F.L.: Cuéntenos sobre su formación, ¿cuándo se convirtió la narración en su oficio?

 

A.P.: Soy docente y psicóloga y trabajé en ambas profesiones, pero siempre tuve mucha inclinación por lo artístico, la lectura, el piano, etc. Un día decidí estudiar teatro porque me di cuenta de que era mi pasión. Estudié durante algunos años, pero después no sentí interés por ser actriz de teatro. No sabía por dónde encauzar mi búsqueda. Entonces, un maestro, Augusto Fernández, un director reconocido, me habló de la narración de cuentos. A mí me sonó muy raro, sobre todo porque no tenía modelos en los cuales fijarme, más que lo visto en mi casa y en la escuela. Así empecé a investigar y comprobé que podría hacer un buen espectáculo. El tema me deslumbró y, al mismo tiempo, me daba la posibilidad de trabajar. Viajé a Europa porque acá no tenía referentes. Allí hice talleres y entré en contacto con la actividad de los narradores que desde tiempo atrás venían trabajando. Al cabo de un año, había dejado la otra profesión y me había instalado en ésta. Hace aproximadamente dieciocho años que me dedico a esto.

 

F.L.: ¿Dónde ubicaría las raíces de este movimiento?

 

A.P.: Obviamente, el primer lugar donde se desarrolló fue en la docencia. Por ejemplo, en nuestro país, se lo promovió desde el Instituto Summa. Marta Salotti fue una pionera en el campo, dándole carácter para la escuela. Sin embargo, no se trasladaba la actividad a otro ámbito. Más aún, en aquella época no era bien visto que un narrador se moviera de la silla, o si quiera que utilizara otros instrumentos. La escuela y la familia eran los espacios para esta práctica. En Europa también surgió primero en el ámbito educativo, sobre todo en los países nórdicos como Suecia, y de ahí pasó al escénico a partir de los setenta. En ciudades como en París y Londres comenzó un movimiento muy interesante. Nunca se sabrá en cuál de las dos primero. En Londres hubo una famosa locutora de origen indio que narraba historias, quien un día hizo una convocatoria para que la gente contara historias por radio. Fue una especie de bola de nieve. Eso es lo que pasa cuando la gente lo descubre: se magnifica rápidamente. Por otra parte, fue importante la influencia de otras culturas -como la árabe y la africana- que poseen una larga tradición en contar historias. Fue normal que pasara a ser un hecho escénico.

 

F.L.: ¿Con qué intensidad y cómo se manifiesta el interés por la narración en nuestro país?

 

A.P.: En Buenos Aires es donde más se ve, crece vertiginosamente, dado que hay muchos narradores interesados en aprender. En el resto del país también ocurre lo mismo, pero en menor magnitud, en ciudades como Córdoba, Rosario, Bariloche; hasta en la provincia de Tierra del Fuego. Desde hace diez años hacemos un encuentro de narradores en la Feria del Libro. Cuando empezamos, éramos muy pocos. Hoy la situación es diferente. Estar en la Feria nos impulsó aún más porque se entró en contacto con gente de todo el país, que sigue viniendo a formarse acá, en los talleres que se proponen.

 

F.L.: Además de sus espectáculos, usted se dedica a enseñar, ¿cómo es la formación de los narradores?

 

A.P.: Es uno de los grandes y difíciles temas de la narración: cómo se hace la transmisión de este saber. Por un lado, no creo en fórmulas ni en dogmas, ni que pueda decir ?esto se hace así?. Hay que tratar de descubrirse a uno mismo como narrador. Como docente, yo busco hacer un trabajo artesanal. Trabajo en grupo, pero muy individualmente con el proceso de cada alumno, porque cada uno tiene que descubrirse a sí mismo como narrador, ver qué potencial y posibilidades tiene, cuáles son sus intereses, por qué lugares circula y por cuáles no. A veces, uno se lleva muchas sorpresas, hasta consigo mismo. Es un proceso que lleva tiempo. Un narrador no se hace rápidamente, no es cuestión de pararse y hacer algo. Arriba, en la escena, se nota el tiempo de trabajo que hay detrás.
Por otro lado, no hay un consenso acerca de cómo formar narradores. Hay escuelas, y además los que somos pioneros seguimos dando talleres. Los mismos alumnos que asisten, luego, van formando más gente.
Yo creo en la formación con maestros porque los he tenido, los he buscado y los sigo buscando. Los referentes no pueden perder nunca. Debe haber un contacto con el otro porque eso permite abrirse, y evita que uno se encierre. Ello es un riesgo, sobre todo en una profesión como ésta, tan solitaria. Lo peor que puede ocurrirle a un narrador es repetirse a sí mismo. Suelo decir que el día que cuente un cuento y sienta que no me deslumbra como la primera vez dejaré de contarlo. Si no me sorprendo ya no funciona, no me sirve. Es ahí donde está esa constante búsqueda del maestro y a la vez la apertura y el crecimiento personal. Tiene que ser una dialéctica constante. El narrador debe abrevar en otras fuentes, ya que todo nutre. Yo hago cursos de todo tipo ?música, trabajo corporal, stand up, improvisación- porque creo, justamente, que suma. En mi caso, a mí me interesa innovar. Es como una necesidad personal.

 

F.L.: ¿Quiénes participan de sus talleres? ¿En qué otras prácticas se puede aplicar este aprendizaje?

 

A.P.: Los alumnos provienen de ámbitos diversos. Como sucede en todas las ramas artísticas, hay más mujeres que hombres. Los que se acercan no son muy jóvenes, aunque hay excepciones. Por lo general, es una actividad que interesa a personas de mayor edad. Una de las posibles razones que explique esto sea, quizás, el hecho de que contar implica un paso por la reflexión y por la experiencia de vida, algo que a lo mejor la gente joven todavía no realiza.

Por otra parte, hay varios espacios donde aplicarlo. Fundamentalmente en la escena, como viene sucediendo en estos últimos años, aunque en realidad la narración venga de lo cotidiano, del ámbito familiar y escolar. Pero se puede aprovechar en todos lados. Tengo alumnos que vienen a los talleres porque quieren contarles cuentos a sus nietos o en las fiestas, o maestros que quieren contar en sus escuelas y bibliotecas.

El aula es el lugar por antonomasia donde se puede aplicar, sobre todo porque se trata de un público cautivo. Esta actividad lleva, sin duda, a la lectura. Un narrador que no sea lector tiene una pata renga. De la lectura se pasa a la narración y viceversa, es un vínculo que se alimenta mutuamente.

 

F.L.: ¿Qué diferencia encuentra entre los diferentes públicos?

 

A.P.: Por lo general, es más fácil comenzar con niños porque se predisponen naturalmente a escuchar. Pero es el público más difícil de sostener. Con el adulto sucede lo contrario, es complejo atraerlo, pero si se llega a él, al menos por buena educación, se queda. Los más chicos, cuando la cosa les aburre y no la pasan bien, lo expresan de inmediato. Los adolescentes son los que más resistencias ponen.

 

F.L.: ¿Cuáles cree que son las claves para poder ser un buen narrador?

 

A.P.: Lo fundamental para contar un cuento es tener muchas ganas de hacerlo. Encontrar aquello que se quiere contar. Y para ello es necesario realizar un trabajo de búsqueda para encontrar el propio texto. Uno debe ?apropiarse? del texto, aunque no sea propio. Ese es un tema- el de la literatura- siempre en discusión. El narrador no ?es? la literatura escrita, sino que su presencia implica un trabajo sobre el texto, pero siempre con respeto. Por ejemplo, si se hace una versión propia, es importante aclararlo.

 

El autor debe estar mencionado de alguna manera.

 

El narrador debe tener ganas de comunicarse con otros a través de la palabra y ganas de poder crear un mundo de imágenes, sumergirse en él. Si uno no está metido en lo que cuenta, el otro no lo ve. Eso es mágico, no hay una fórmula. Soy una convencida de que cuanto más adentro y convencido esté el narrador, aunque incluso no lo mire, el público ve eso que pasa.

 

Después, está la voz, que es una cuestión que se debe trabajar técnicamente. Hay que cuidarla. El narrador debe tener buena modulación, proyectarse de modo correcto, articularse, entenderse, utilizar matices. O sea, contemplar todos los recursos escénicos que tiene. En fin, hay que trabajar?

 

¿De qué manera leen los docentes la cotidianidad escolar y cómo esas lecturas construyen saber pedagógico? (II)

20 noviembre 2013

Institución Educativa Escuela Normal Superior De Medellín
MaestrosInvestigadores: Gustavo Alzate Ramírez Carmenza Tobón Lopera.
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Puertas de mi escuela… el simbolismo de un ingreso
RELATO DE UNA MAESTRA
“Llego a la portada, ingreso sin ninguna dificultad…
Primera impresión: llegué a un bosque encantado donde me asombra el lateral de la fachada de un palacio antiguo, una arboleda frondosa con tulipán africano en su esplendor florido, unos borracheros sin cupo para un brote de nieve mas, las ardillas muy tranquilas apoyadas en sus dos patas traseras mientras degustaban el maíz que un señor canoso les regaba junto a la gallina y sus seis pollitos, una agüita correteando sobre el pavimento para seguir su curso ladera abajo y una escala en piedra simbolizando la firmeza de los cimientos que sostienen esta estructura, albergue del saber. Ante esto, supongo que he llegado a un espacio donde todo ha de estar dispuesto para el recreo del alma,
el intelecto y el cuerpo por supuesto…”

La lectura de símbolos, como tarea
… se asemeja a la de un orfebre de la significación; a alguien capaz de coser hilos aparentemente dispersos, de hilvanarlos o dotarlos de unidad (…) cuando se leen símbolos debemos tener presente que esta labor de zurcir los signos tiene como finalidad descubrir el sentido profundo sobre el cual está soportado el tejido o texto. Es decir también es un ejercicio de develamiento. (Vásquez, 2002, p. 211)

Toda realidad puede ser asumida en las relaciones simbólicas, es decir, puede ser determinada también por una asociación de significantes o significados homogéneos. Sin embargo, la asociación simbolizadora se distingue entre las muchas relaciones que definen la unidad de sentido en la comunicación. La oposición de la simbolización a las otras relaciones que constituyen las figuras, salvaguarda al símbolo del peligro de desvanecerse por la pérdida de su especificidad en análisis y en interpretaciones no adecuadas a su vigor.

La pregunta que guía esta investigación es la siguiente: ¿de qué manera leen los docentes la cotidianidad escolar y cómo esas lecturas construyen saber pedagógico? Abordar esta pregunta supone trazar unos recorridos marcados por preguntas como: ¿qué entendemos por lectura?, ¿qué es lo cotidiano?, ¿qué entendemos por Saber Pedagógico?

Y finalmente, ¿cómo es que esas lecturas construyen saber pedagógico en la escuela? Esta es pues nuestra carta de navegación.

TALLERES ESCRITURALES
ESCUELA NORMAL SUPERIOR DE MEDELLÍN, 2006
La cotidianidad escolar es el escenario, en el que te mueves cada día, allí estableces relaciones con las personas que habitan ese campo y con los acontecimientos que la caracterizan.

Objetivo
Propiciar un espacio para que los educadores de la Escuela Normal Superior de Medellín, realicen sus aportes al proyecto por la importancia que estos revisten en el proceso de investigación.

EN LA CONSTRUCCIÓN DE UNA LECTURA
Queremos comenzar este recorrido por algunas acepciones del verbo LEER. Pero detengámonos un momento y revisemos la manera cómo algunos diccionarios definen el término. Una mirada ideológica nos permite aproximarnos al concepto: “Interpretar un texto de éste o de otro modo; descubrir, comprender o averiguar el interior de uno por lo que en el exterior aparece” (Casares, 2001, p x). Etimológicamente el verbo leer proviene del latín legere que significa reunir, recoger, coger, escoger, elegir, examinar. El sentido más antiguo del griego légein (del indoeuropeo leg-) y del latín legere era “coger, recoger”. Estas dos palabras también significan “escoger, elegir” (Gómez de Silva, 1999, p. 32). En español esta misma palabra tiene como sinónimos, entre otros, comprender, descubrir y profundizar (Ortega, 2003).

Si observamos con detenimiento en cada una de las acepciones sus relaciones semánticas nos conducen a “ejercicios”, por llamarlos de algún modo, relacionados con la posibilidad de recoger, descubrir, seleccionar, examinar, comprender, e incluso averiguar algo sobre lo que estamos leyendo. Éstas, así como otras razones nos animaron a investigar la manera cómo los docentes LEEMOS la cotidianidad escolar en la Escuela Normal Superior de Medellín.

Por su parte, en las aproximaciones lectoras desde el símbolo se da toda la complejidad de la producción y comunicación de sentido. En él, a diferencia de otros tipos de lecturas están involucrados los múltiples planos de la experiencia, y no sólo el de la continuidad lineal de las ideas. “el símbolo es portador de sentido, evoca un significado que no está presente (…) De ahí que comprender el símbolo implique siempre percibir dos elementos: el símbolo, y aquello que simboliza” (Mélich, 1998, p. 63). Él es energía y movimiento de interacción entre los diversos planos de la experiencia que constituyen la comunicación simbólica.

Pues aunque la asociación simbólica ocurra por homogeneidad de significados, el símbolo es proceso comunicativo mediante la asociación de realidad y acontecimientos. El símbolo proviene de la totalidad del hombre y a él se dirige: razón y emoción, espíritu y cuerpo. Su sentido no puede reducirse a la unidad organizada de los significados definidos con precisión lógica por sus mutuas relaciones en el sistema en el que se constituyen. Toda realidad puede convertirse en símbolo, adquiriendo también el sentido de esta relación y que la cultura ambiente puede apropiarse de modo más o menos estable.

El símbolo está “motivado” por la homología de los significados, pero la percepción de ésta en la construcción del símbolo depende de factores culturales y personales de órdenes diversos e inconmensurables. Por eso el símbolo es asociación imprevisible y autónoma.

Pero al mismo tiempo la “motivación” no le garantiza al símbolo la perennidad y la universalidad, e incluso su valor específico, a la vez que solicita la interpretación, lo condiciona a las circunstancias en las que se lo interpreta (Chevalier, 1993). Imprevisibilidad y autonomía no significan irracionalidad y anarquía, al contrario, el símbolo, en su movilidad y en la multiplicidad no del todo aferrable a las relaciones entre los términos de la asociación, es presencia bien definida en la psique y en la comunicación por cohesión y organización internas propias.

El símbolo se caracteriza también por su índole vicaria: está presente, pero sólo en función de la presencia de lo simbolizado. Puede entonces ocurrir que la homología entre los dos términos se establezca también mediante algún rasgo propio de lo simbolizado prestado al símbolo, a fin de que éste sea más adecuado a su función (Chevalier, 1993). Asociación no es identidad, y homología es igualdad de relaciones dentro de las realidades asociadas, pero no igualdad de las realidades.

También el símbolo es siempre tensión porque la asociación se establece en la dualidad, y la homología en la diferencia, pero multiplicidad, separación, distancias temporales y espaciales son las condiciones de posibilidad en función de la unificación. El símbolo, a la vez que se afirma a sí mismo, afirma lo no afirmable, se da como conocido para hacer conocer lo desconocido; se expresa en la comunicación para comunicar lo inexpresado. Y la tensión es siempre hacia lo alto: de lo infrahumano a lo humano, de lo corporal a lo espiritual, de lo humano a lo divino.

Es expresión unificadora del universo también en aquellas culturas que consideran el mundo como conjunto de planos de experiencia distintos más que universo de seres que interactúan. “El símbolo es la significación de la existencia humana. El signo forma parte del mundo físico del ser; el símbolo es una parte del mundo humano del sentido” (Mélich, 1998, p. 64). Como el símbolo existe para lo simbolizado, que es otro, diverso y desconocido, existe como palabra que resuena eficazmente en el silencio que la ha precedido y que todavía la rodea.

La luz del símbolo resplandece siempre en la sombra que perdura y se proyecta de lo simbolizado. Y ésta es la condición misma de la existencia del símbolo: para un sentido del todo manifiesto, un símbolo no puede ser verdadera comunicación nueva.

Además, la permanencia de lo desconocido en que se encuentra el símbolo es también su posibilidad de expresar otras homologías, de decir más. La unidad de luz y de sombra en el símbolo, y la asociación por él realizada, que pone en movimiento a la vez las capacidades intelectivas y los sentimientos suscitados por la realidad simbolizante, son las razones de su eficacia comunicativa y de lo inadecuado de una interpretación para expresar todo su contenido.

El símbolo está siempre dispuesto a nuevas y múltiples interpretaciones que no sean disfraces, no solo porque también él puede y debe ser releído y reinterpretado como toda expresión, sino sobre todo porque se da en él la sobreabundancia, expresable en interpretaciones múltiples, de la participación de la experiencia del conjunto, incluso emotiva, de la realidad en tanto simbolizante.

El desarrollo actual de la semiótica aclara las diferencias existentes entre signo y símbolo. El signo es unidad de significante y de significado, que son elementos que por su naturaleza no son homogéneos. Su relación, que es la significación, es inmotivada, porque ninguna secuencia de rasgos gráficos o de fonemas es homogénea con el significado que expresa; es también necesaria para constricciones del código particular que instituye aquella función sígnica: significante y significado son necesarios el uno al otro, y solo pueden existir por su interdependencia.

En cambio, el símbolo “forma parte del mundo antropológico del sentido” (Mélich, 19998, p. 65). La asociación supone estos dos elementos homogéneos, y por tanto supone signos; el símbolo es justamente uso de signo, aunque el signo se instituya en el momento mismo de su uso de simbolización. Al poder existir simbolizante y simbolizado sin su relación, ésta no es necesaria, la establece el que utiliza los signos a causa de la homogeneidad que percibe y expresa en la simbolización.

En el símbolo, el simbolizante y el simbolizado son siempre las dos realidades complejas y extrañas entre sí del mundo existente o imaginado, y sólo por la traslación semántica de los vocablos usados para referirse a él, se ha instituido la asociación simbolizadora motivada por la homogeneidad de los significados.

Las diversas investigaciones sobre el símbolo consideran sobre todo su naturaleza y funciones, su referencia a la realidad en la construcción de una visión del mundo, su aparición como imagen de cuanto en el fondo de la psique ninguna palabra de significado determinado puede expresar, su manifestación como característica de la literatura.

De esta forma tomamos como punto de partida la lectura de los relatos escritos por maestras y maestros. Como lo afirma Kohan (2000), un relato es la transformación de una idea íntima en un hecho estético. El buen relato pone en movimiento el pensamiento y los sentimientos del lector. Etimológicamente la palabra relato proviene del latín relatus, participio pasivo supletivo de referre “relatar, referir, narrar; llevar hacia atrás”.

El relato, en tanto historia narrada, apela a la referencia simbólica de las imágenes, y por lo tanto el lector-espectador-usuario obtiene información y placer al descifrar los significados del intertexto que le hablan a su propio mundo de referencia simbólica.

La narración del relato, a través de los tiempos, se constituyó en un ritual para actualizar mitos lejanos nombrándolos, y de este modo, detenerlos y recuperarlos del olvido. La construcción de relatos es una constante que ha acompañado las costumbres de cada pueblo a lo largo de la historia de la humanidad.

Detrás de cada relato es posible leer las claves para comprender el pensamiento de cada comunidad, en un determinado contexto espacio histórico. Nos interesa avanzar en la exploración de los discursos a través de los cuales se expresa la situación comunicativa de los relatos en tanto hechos narrativos.

Para Umberto Eco, el discurso se define como el ámbito de producción semiótica donde los códigos se entraman con los contextos generados en la situación enunciadora del sujeto quien, a través de sus elecciones u omisiones, va estructurando el hilo discursivo (Eco, 1987). Para que fluya la comunicación narrativa es preciso entonces, que el narrador que enuncia y el sujeto de la recepción compartan los códigos lingüísticos que la estructuran, los códigos narrativos que la organizan en el espacio y en el tiempo, estableciendo posicionamientos que apelan a determinados supuestos ideológicos cargándolos de sentido.

Toda representación es un relato o una narración. Un discurso, siguiendo a Foucault. Las narraciones, informan sobre las premisas de la cultura. Los relatos contextualizan y recontextualizan los sucesos de la vida: los cotidianos y los de la vida interior de los individuos. No sólo el contenido, la estructura o la forma del relato nos informan sobre una cultura.

El concepto de enunciado de Foucault, como función virtual que cruza el texto no coincide ni con la noción de “frase gramatical”, de “proposición lógica” ni con la de “acto de habla” (Austin) porque está relacionado con un “espacio colateral adyacente” dentro de un dominio en el que sujetos, objetos, estados de cosas, etc. comparten con otros enunciados reglas de la formación discursiva. Foucault afirma:

No existe enunciado que no suponga otros; […] en torno de cada enunciado hay campos de coexistencias, efectos de serie y de sucesión, una distribución de funciones y de papeles. Si se habla de enunciado es en la medida en que una frase (o una proposición) figura en un punto definido, con una posición determinada, en un juego enunciativo que la
rebasa. (Foucault, 1995, p. 166)

El enunciado es la unidad básica que estudia la arqueología. Ésta describe las condiciones de existencia del enunciado -como modalidad de existencia propia de un conjunto de signos sin recurrir a los temas propios de la historia de las ideas del autor, obra, tradición, influencia, desarrollo, etc. En tanto sus condiciones de existencia, materialidad, no dependen del valor lógico, de la significación ni de la corrección gramatical, el enunciado no constituye una estructura o sistema sino una multiplicidad, es un punto en una red de relaciones:

…modalidad que le permite ser algo más que una serie de trazos, algo más que una sucesión de marcas sobre una sustancia, algo más que un objeto cualquiera fabricado por un ser humano; modalidad que le permite estar en relación con un dominio de objetos, prescribir una posición definida a todo sujeto posible, estar situado entre otras actuaciones verbales, estar dotado en fin de una materialidad repetible. (Foucault, 1995, p. 180)

La cultura denota un patrón históricamente transmitido de significados incorporados en símbolos, un sistema de concepciones heredadas expresadas en formas simbólicas por medio de las cuales los hombres comunican, perpetúan y desarrollan su conocimiento para, y actitudes hacia, la vida. Los textos están cargados de figuras, de imágenes y de símbolos. En el símbolo se da toda la complejidad de la producción y comunicación de sentido.

En éste, a diferencia de otros tipos de comunicación, están involucrados los múltiples planos de la experiencia, y no sólo el de la continuidad lineal de las ideas. Él es energía y movimiento de interacción entre los diversos planos de la experiencia que constituyen la comunicación simbólica.

El pensar simbólico no es pertenencia exclusiva del niño, del poeta o del desequilibrado. Es consustancial al ser humano, precede al lenguaje y a la razón discursiva. El símbolo revela ciertos aspectos de la realidad, los más profundos que se niegan a cualquier otro medio de conocimiento. Imágenes, símbolos, mitos, no son creaciones irresponsables de la psique, ellos responden a una necesidad y llenan una función: dejar al desnudo las modalidades más secretas del ser. Por consiguiente, su estudio permitirá un mejor conocimiento del hombre; del hombre sin más, que todavía no ha contemporizado con las exigencias de la historia. Cada ser histórico lleva en sí una gran parte de la humanidad anterior a la Historia. Se puede prescindir de los poetas, o de los psiquismos en crisis, para confirmar la actualidad y la fuerza de las Imágenes y de los Símbolos.

Eliade sostiene que la existencia más mediocre está plagada de símbolos. El hombre más realista vive de imágenes. Jamás desaparecen los símbolos de la actualidad psíquica, los símbolos pueden cambiar de aspecto; su función permanece la misma. Se trata solo de descubrir sus nuevas máscaras. Los símbolos, nos ofrecen grandes cantidades de información, son códigos polisémicos. Reconocer sus diferencias y la pluralidad, es otorgar valores, dar reconocimiento y legitimidad a actores que pasarían normalmente desapercibidos. Lo demás sería, tratar de pensar en nuestras situaciones cotidianas, cuestionar aquellos supuestos dados por “firmes”, buscar miradas en o desde otras perspectivas; en fin, es seguir siendo eternos principiantes.

El símbolo está conectado con su objeto en virtud de la idea de la mente que usa símbolos, sin la cual no existiría tal conexión. Un símbolo, como hemos visto, no puede indicar ninguna cosa particular; denota una clase de cosa. No sólo eso, sino que él mismo es una clase y no una cosa singular.

La palabra vive en las mentes de quienes la usan. Los símbolos crecen. Llegan a existir mediante el desarrollo de otros signos, particularmente de las semejanzas o a partir de signos mixtos que tienen algo de la naturaleza de las semejanzas y de los símbolos. Pensamos sólo con signos. Estos signos mentales son de naturaleza mixta; las partes simbólicas de ellos se llaman conceptos. Si un hombre hace un nuevo símbolo, es mediante pensamientos que implican conceptos. Así pues, sólo a partir de los símbolos puede crecer un símbolo nuevo. Un símbolo, una vez que es, se extiende entre las gentes. En el
uso y en la experiencia crece su significado.

En este orden de ideas, “El símbolo no sólo desvela sentido, lo otorga. La educación, como acción social, es una acción simbólica, porque todas las acciones sociales, son de un modo u otro, ‘simbólicas’. La educación simbólica es un proceso inter-subjetivo “otorgador” de sentido” (Melich, 1998, p. 67).

En nuestra investigación la escritura de los relatos de maestras y maestros fueron recuperados a través de talleres escritúrales sobre la cotidianidad escolar. La invitación la recibieron maestras y maestros; sus voces convertidas en escrituras son las que relacionamos en los apartados siguientes. No aparecen los nombres porque en muchos de ellos no fueron presentados.

Políticas públicas, saber pedagógico y prácticas pedagógicas (XII – Final)

11 noviembre 2013

Narrativa Mapeo 4
Primer ejercicio de mapeo realizado con profesoras jubiladas, en ejercicio, estudiantes y conserjes de la Normal Superior Farallones de Cali:

El ejercicio se desarrolla a partir de la organización de tres momentos: período 1975-1984; período 1984 -1994 y 1994 – 2005 Frente al primer período la narración se inició con la vida en el internado, a partir de la reconstrucción de un día en la Institución; se iniciaba levantándose temprano para prepararse para las actividades del día, que iniciaban con la misa obligatoria para todo el personal (estudiantes, docentes, directivas y personal administrativo), luego se pasaba al desayuno. Después se iniciaba la jornada de clases de la mañana; terminada esta jornada, todo el personal se dirigía al comedor para el almuerzo y después se hacía la siesta del medio día, ésta era una práctica respetada para toda la comunidad, todos tenían derecho a su siesta, incluso el personal administrativo. Pasada la siesta se reiniciaban las clases de la jornada de la tarde.

Dos elementos se resaltan de esta época: la férrea disciplina de todo el personal de la institución y la limpieza. Frente al primer elemento, este se evidenciaba con el silencio absoluto en determinados momentos (la siesta, las clases), y frente al segundo, se visibilizaba con el aseo y el gasto que generaban los insumos de aseo. Se planteó que esta política de aseo fuera fortalecida por la rectora Grecia, puesto que su idea era que la imagen de la normal era la que se mostraba con la planta física, además de la presentación personal de las estudiantes.

Un tercer elemento que se referenció, fue el uso de la piscina; pues tenía gran demanda sobre todo con el nado sincronizado; es más, la piscina era utilizada no solo por las estudiantes sino también por las docentes.

Finalmente, como dato de gran importancia, se señaló que en esa época no se presentaban casos de estudiantes embarazadas.

Ahora bien, en términos del quehacer de las docentes, se recalcó el papel que jugaron el parcelador y el planeador, pues todo se debía escribir, así lo que se escribiera no se hiciera en su totalidad; esto es, se escribe todo, pero no todo lo que se escribe se hace.

De otro lado, la práctica pedagógica fue referenciada desde la evaluación de la práctica, que tenía como elementos centrales, entre otros, la presentación, revisión y aprobación del parcelador y el planeador en donde debían estar claramente expresados los pasos para el desarrollo de la práctica: motivación; dominio del tema; dominio de grupo y cierre de la clase. Si estos elementos no eran claros, no se aprobaba el instrumento, por lo que la estudiante-practicante debía corregirlo hasta ser aprobado por la docente encargada de la práctica.

Frente a este pasado, se hizo una contrastación con el presente, en donde se resalta que la práctica está atravesada por procesos de culturización, construcción alrededor de problemáticas del aula y flexibilización de la práctica.

De todas formas, en la comparación se que hace, las profesoras plantean que antes había más compromiso en la relación docente estudiante, relación afectada, entre otros, porque empezaron a aparecer muchas materias, asignaturas y clases. Después, en el ejercicio de mapeo se abordó el período 1984-1994; período en el cual se reconocen los programadores como referentes para la verdadera práctica docente; esto es, la planeación y la práctica con una intensidad horaria alta, lo que se expresa como “mucha pedagogía” y es valorada como “cheverísima”.

Resumiendo, hasta el año 1997, en el grado 8° se enfatizaba en la observación del aula, dirigiendo la mirada a objetos como los materiales. En grado 9° se continúa con la observación de clases y se inicia la ayudantía, entendida ésta como el apoyo que tenía la maestra consejera en labores de tipo manual entre otras. Para los grados 10° y 11°, la práctica se orienta hacia el manejo del planeador, instrumento que era revisado por la maestra consejera. De igual manera, la observación de la estudiante maestra se dirigía ahora al sujeto estudiante. Como elemento muy importante y de gran valoración. Fue señalada una práctica realizada todos los viernes, consistente en una orientación pedagógica por parte de la profesora de práctica y dirigida a las estudiantes de 8° a 11°; en este encuentro, se realizaba la revisión, corrección, supervisión y evaluación del trabajo de la estudiante-practicante. Ahora bien, frente a los referentes de la renovación curricular, el ejercicio derivó en la recordación de los libros reglamentarios: planeador, parcelador, seguimiento del estudiante, planilla de asistencia, planilla diaria y evaluación conceptual y por objetivos.

De la misma manera, la práctica docente es descrita como aquella clase dirigida y valorada por la maestra consejera, haciendo énfasis en la integración temática, correlación de objetivos, unificación de diferentes áreas. A partir de este momento, la clase de práctica se empieza a realizar en lugares diferentes al salón de clases, práctica calificada como una innovación; también se vio alimentada por la innovación, con la participación de estudiantes de básica primaria en la planeación y con la elaboración de materiales didácticos. En ese mismo sentido, el Decreto 1002, se reconoce como un elemento que orientó la mirada hacia los fundamentos de las disciplinas, permitiendo la correlación de
las áreas.

Un escenario reconocido como importante fue el MICROCENTRO, espacio de capacitación que contaba con la participación del docente de la normal y de otras instituciones y que generó una participación dinámica y activa de las docentes de nuestra institución, pues ahí se desplegaba todo el saber pedagógico de ellas, ya que asumían el rol de capacitadoras, rol que era reconocido, entre otros, por otorgárseles más créditos que a otros docentes participantes.

El tercer período propuesto (1994-2005) es abordado por las participantes en dos momentos: Ley 115 de 1994 y la reestructuración a partir de 1996.

En relación con el primer momento, se inicia planteando cómo a partir de marzo del 94, surge el proyecto PRENSA ESCUELA, dirigido por el MEN y la SED con el apoyo del diario El País y la OIT, teniendo como objetivos el énfasis en los proyectos, el uso de los medios masivos de comunicación y el estrechar los lazos de relación escuela comunidad. Como fundamentos, se tuvieron la pedagogía activa desde un enfoque participativo de las estudiantes, con un sentido crítico de la producción oral y escrita, de la interpretación de textos y el uso de la palabra, teniendo la prensa como herramienta pedagógica.

Prensa Escuela, estaba organizada en un proyecto llamado SENDEROS y se desarrollaba una estrategia denominada CUENTO CORTO y PROSA BREVE. Se resalta que Prensa Escuela, permitió la integración de varios proyectos de diferentes áreas, por ejemplo: Prevención de consumo de drogas psicoactivas, educación ambiental, valores, educación sexual, democracia y Educación artística. De igual modo, a través de Prensa Escuela se generó un liderazgo estudiantil a nivel local, regional y nacional, tanto que al año de ejecución del proyecto, la Normal, fue seleccionada como representante departamental a un evento de carácter nacional.

Por otro lado, mensualmente se hacían unas jornadas de intercambio entre las instituciones que tenían el proyecto, en donde se presentaban las diferentes metodologías que se trabajaban; en este espacio la producción de las docentes de la Normal es reconocida, ejerciendo la labor de talleristas, enfatizando en la integración de proyectos, promoción de valores, integración de la comunidad y el trabajo en ejes como la autoestima, el ocio, el tiempo libre, etc. reconociendo que el proceso es una construcción participativa y lenta, pero que aporta a la formación de una cultura de la participación.

Finalmente, relacionado con el proceso de reestructuración de la Normal a partir de año 1996, se reconoce que se constituyeron dos grupos de profesores: uno que apoyaba la reestructuración y otro que quería el cambio de modalidad; pero a nivel de estudiantes y padres de familia, el apoyo a la reestructuración fue decisivo. De todas formas, una participante planteó que la reestructuración no le gustaba, pues antes a la Normal se le reconocía como muy fuerte y constructiva; “la formación pedagógica era muy fuerte en básica y media y ahora se le valora como muy débil”.

De otro lado, se plantea que la reestructuración permitió defender las fortalezas, el papel de la Normal y el sentido de pertenencia. En ese orden de ideas, se determina que el proceso de reestructuración fue participativo y democrático, contando con la participación de todos los estamentos; lo que generó un compromiso de todos, reflejado en la actitud de la mayoría de los docentes. Política que implicó replantear todos los procesos desde una perspectiva participativa, fundamentado en un fomento del espíritu de estudio y cualificación permanente y posibilitando el debate desde argumentos que generaron reconocimientos

Este proceso igualmente permitió que se cambiara la visión del maestro, y se buscara situar a la normal en un lugar de privilegio en la producción de conocimiento. Como ejemplo de lo que fue este proceso de una nueva actitud hacia el estudio, se señala el proceso de reestructuración del plan de estudios
del área de Lengua Castellana y que afectó la orientación de la práctica pedagógica de las docentes del área; estuvo orientado por un equipo docente de la Universidad del Valle. Este proceso se desarrolló a partir de dos seminarios-taller. Uno sobre la sensibilización frente a la lectura y la producción textual y otro sobre los criterios socio-culturales para construir currículo.
Siguiendo con este proceso, en la manera de socializar las políticas pertinentes para la acreditación, se usaron las vías de las directivas; esto es, la información fluyó desde las directivas hacia el resto de la comunidad escolar.

Condición infantil contemporánea: hacia una epistemología de las infancias (IV)

6 agosto 2013

Juan Carlos Amador Baquiro
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Los cuatro componentes del campo1 infancias son:

a. La construcción social de la infancia

Implica el estudio de las imágenes, narrativas y orientaciones teleológicas en torno a los niños y niñas en el tiempo, procedentes de proyectos sociales y programas culturales específicos. Aunque no se trata estrictamente de una nueva historiografía de la infancia, implica hacer abordajes teórico-metodológicos alrededor de su propia historicidad. Además de las entradas genealógico-arqueológicas (Sáenz, Saldarriaga y Ospina, 1997; Sáenz y Saldarriaga, 2008), las cuales han sido ampliamente conocidas, las aproximaciones histórico-sociales (Rodríguez y Mannarelli, 2007) e histórico-culturales (Carli, 2006) son necesarias.

En esta última perspectiva, se requiere de estudios que permitan evidenciar cómo se ha producido la percepción social sobre los niños y niñas, no solo
desde los expertos, los manuales y los textos escolares, cuyos discursos evidentemente han introducido las retóricas de saber-verdad en torno a la infancia. También se requiere abordar otras fuentes y agentes sociales que enuncian y tramitan la imagen infantil, los cuales han incidido de múltiples maneras en la construcción social de la infancia.

El abordaje de los repertorios culturales, relacionados con la literatura infantil, los juguetes, la publicidad y las nuevas expresiones comunicacionales en los entornos digitales permitiría penetrar en una nueva esfera de la configuración social. Seguramente, en este ámbito podrán ser reconocidos y analizados los posicionamientos sociales y anclajes que, sobre la figura, mente y cuerpo del niño, producen diversos sectores de la sociedad.

A la par con las construcciones metodológicas para explorar estas fuentes y composiciones societales, el abordaje de la construcción social de la infancia, en clave moderno-colonial, permitiría profundizar las concepciones, percepciones e imaginarios que, sobre esas infancias otras (indígenas, campesinos, afrodescendientes, abandonados, guerreros, trabajadores), han sido producidos alrededor de mentalidades y relatos que se cristalizan en el tiempo. Implicaría además comprender si las permanencias y sedimentaciones en torno a la subordinación de los niños y niñas continúan o si se han modificado. También exigiría establecer las relaciones entre estas percepciones e imágenes sociales con las exigencias sociales en torno a la garantía y restitución de sus derechos.

b. Las subjetividades de los niños y niñas

Es claro que la investigación sobre y con los niños y niñas, en relación con su propia condición, exige interrogar los modos como se constituyen en tanto sujetos. La historia convencional de la infancia ha intentado dar cuenta del sujeto-niño a partir de los referentes de los mundos de las ideas, institucional, económico y cultural. Los estudios arqueológicos, por su parte, han abordado el problema, atendiendo a los discursos de verdad de los expertos y estatales en ciertos momentos de la modernidad, los cuales han operado como dispositivos para procurar sujetos obedientes a la vez que productivos. No obstante, mientras que en el primer caso el tratamiento de la noción de sujeto se confunde con la de rol (estudiante, hijo, menor de edad, futuro ciudadano) en el segundo el sujeto queda preso de los discursos de verdad, aunque eventualmente puede lograr procesos de subjetivación en la vía de la experiencia de sí (Foucault, 1991).

En una vía diferente, el estudio sobre las subjetividades, comprendidas como los modos de constitución de sujetos que se desplieguen en el orden individual y colectivo a través de diversas fuentes sociales y culturales, implica la producción de conocimientos en torno a los mundos de vida de estos sujetos (Muñoz, 2006). Esto indica que la condición infantil está atravesada por experiencias y mecanismos que le permiten al sujeto ordenar el mundo a partir de la construcción de gramáticas propias y, de este modo, participar en los acontecimientos que allí se producen. La característica fundamental de este mundo social del que se sienten parte desde el nacimiento, es que les exige ampliar su repertorio cultural a través
de lenguajes, saberes, emociones y corporeidades.

La indagación de este fenómeno no está ligada exclusivamente a la subjetivación como experiencia de sí (Foucault, 1991) y al plano de inmanencia en el que ocurren los rompimientos (Deleuze, 2006). Las experiencias sociales y culturales son vitales para que pueda existir el despliegue de la subjetividad y la potenciación de sujetos. Por esta razón, abordar la subjetividad de los niños y niñas en perspectiva moderno-colonial, supone reconocer las formas de constitución a partir de sus experiencias de pasado, su sistema de necesidades (en el presente) y sus
proyecciones de futuro (Zemelman, 2007).

La subjetividad se estudia con sujetos situados y concretos e implica no solo preguntar por aquello que es el sujeto (como parte de las expresiones de las sociedades disciplinarias y de control), sino también por aquello que puede ser (particularmente en el contexto de las sociedades moderno-coloniales). Esto implica asociar las experiencias socioculturales de los sujetos como parte de su subjetividad. Si bien, los riesgos de estas experiencias en el tiempo presente son latentes (consumo, mercantilización de la cultura, mediatización vacía), la participación de los niños y niñas en estas también reviste potencialidades y nuevas formas de despliegue de la condición humana a través de lenguajes, saberes y procesos de creación.

c. Los sistemas de conocimiento sobre los niños y niñas

Este subcampo es de la mayor importancia porque la noción de niño y niña, así como el conjunto de intervenciones de las que han sido objeto a lo largo de los últimos cuatro siglos, es un suceso que está fomentado por los sistemas de conocimiento predominantes en cada época. Como se observó al inicio del texto, los enunciados sobre la infancia tuvieron como telón de
fondo la metafísica de corte racionalista, empirista e idealista entre los siglos XVII y XIX. Más adelante, en la primera mitad del siglo XX, fueron el positivismo y el estructural-funcionalismo los sistemas de conocimiento orientadores tanto para explicar qué era el niño como para conducir su tratamiento en la familia, la escuela y otras instituciones sociales.

En el contexto de la universalización de la noción de infancia, la cual hizo carrera a lo largo del siglo XX, disciplinas como la psicología, la medicina, la sociología, el derecho y, parcialmente, la pedagogía, fueron los saberes encargados de enunciar su naturaleza (inferior, atávica, minoritaria, procesual) así como las formas de conducir su incorporación y preparación
para el mundo adultocéntrico. El proceso de domesticación escolar se valió de estos enunciados para darle impulso a la máquina civilizatoria que incluía prácticas de crianza adecuadas en la familia (Elías, 1997) y formas de autorregulación del tiempo y el espacio de los niños y niñas en la institución escolar. Según Elías, estos procesos vincularon vergüenza, continencia y prescripciones.

Estos saberes, a la vez que operaron como certeza, delinearon las funciones de las instituciones, fijando condiciones de tiempo, espacio, procedimientos e instrumentos que demarcaron cómo reconocer y gobernar a la infancia. Hoy, cuando esas condiciones se desestabilizan, es importante reconocer que otros cuerpos se hacen visibles y que la infancia emerge múltiple, desconcertante e irreconocible (Diker, 2008). Es por esta razón que deben ser producidos otros marcos teóricos para avanzar en la comprensión de estas mutaciones (políticas, económicas, socioculturales, ontológicas, epistemológicas), que involucran a los niños y niñas del tiempo presente.

De acuerdo con estas consideraciones, se observan dos transformaciones marcadas: una, la emergencia de sujetos-otros, quienes están asumiendo un lugar distinto al sujeto-objeto que debe ser guiado, dada su presunta inferioridad e inmadurez naturalizada; y dos, el surgimiento de experiencias infantiles nuevas, que trascienden las prácticas de encauzamiento de la escuela moderna y sus tecnologías de formación. El estudio de estos fenómenos, además de exigir la interdisciplinariedad como criterio fundamental y el descentramiento de los saberes modernos, implica
fomentar el diálogo de saberes (ecologías, según Santos, 2005) entre sistemas de conocimientos formales (enmarcados en la pedagogía, los estudios sociales, las perspectivas decoloniales y los estudios culturales) y saberes (de comunidades originarias, procedentes de experiencias de movimientos sociales y asociados con la experiencia estética del mundo del
arte y la cultura).

Se requiere estudiar las trayectorias y giros de los distintos sistemas de conocimiento sobre la infancia. Se trata de una suerte de conocimiento sobre el propio conocimiento producido, que requiere de interpelaciones y nuevas arquitecturas de participación entre comunidades académicas para tal fin. No obstante, lo más importante es que puedan ser descifradas sus implicaciones políticas, socioculturales, ontológicas y propiamente epistemológicas.

d. El gobierno de la infancia
Las instituciones de protección, cuidado, atención y educación de la infancia son fundamentales porque son las que pueden velar por la garantía y restitución de los derechos de los niños y niñas. Sin embargo, se ha constatado que existe un creciente divorcio entre las declaraciones y las prácticas institucionales que llevan a cabo procesos de intervención para tal fin. El problema estriba en dos discusiones: una, adscrita a la filosofía política de los derechos y la ciudadanía; y la segunda, a la naturalización del carácter subsidiario del niño y de la niña en la era del neoasistencialismo.

En relación con el primer aspecto, se puede señalar que el liberalismo, comprendido como el eje ideológico-político de la democracia occidental, los derechos y la ciudadanía, no logró resolver los problemas estructurales, asociados con la desigualdad y la exclusión que el mundo moderno-capitalista generó. Un ejemplo ilustrativo en esta materia lo provee T.H.
Marshall y T. Bottomore (1991) 2 en su legendaria teoría sobre la ciudadanía social: la ciudadanía debe hacer que los más pobres puedan llegar a ser caballeros, y que los derechos sociales suplan la desigualdad
de clases, la cual es imposible de resolver.

Este ejemplo muestra que los sistemas jurídico-políticos y las retóricas en torno a los derechos de los niños (en este caso) operan como artificios para el control social y que no han logrado resolver las formas de reproducción de la desigualdad y la exclusión que son constitutivas a las sociedades moderno-coloniales, entre otras cosas, porque se ha naturalizado geopolíticamente la condena e inferiorización de los otros (tercer mundo, sur, subdesarrollados, incivilizados, jóvenes, mujeres, indígenas, negros, niños). Ante este suceso, se requiere de la reinvención de las instituciones y una apuesta por los derechos en perspectiva intercultural. Esto significa que lo instituido debe nutrirse de lo instituyente para garantizar la dignidad de los seres humanos a través de instituciones justas. Si las instituciones siguen cerradas y anquilosadas su fracaso es inminente.

El segundo problema tiene que ver con la incapacidad institucional para dar respuesta a las necesidades y proyectos de futuro de los niños y niñas. La sedimentación histórico-cultural en torno a la ambivalencia prioridad-menosprecio que surge de la figura del niño es un obstáculo para garantizar sus derechos. Esta tensión habita las mentes del mundo adultocéntrico. Aunque se declare la prioridad (principio de prevalencia según la CDN), las prácticas institucionales y sociales lo ubican en el lugar residual y subsidiario de la estructura social.

De este modo, se requiere investigar el conjunto de relaciones que se tejen en torno al gobierno de la infancia. Es deseable analizar, en perspectiva no
esencialista, la política pública para los niños y niñas. Es fundamental abordar problemas de investigación que se pregunten por los desbalances entre discursos y prácticas, especialmente en las lógicas institucionales del tiempo presente. Si de justicia se trata, no son suficientes los derechos diferenciales ni las acciones afirmativas dado que, sin que su doctrina así lo
promueva, el Estado ha resuelto estas orientaciones fomentado el neoasistencialismo.

El desprendimiento de estas referencias es una meta central en el campo
infancias. Develar esas subjetividades otras, las cuales, además de tener un
carácter situado que exige nuevas categorías para comprender sus procesos de formación y de socialización, implica otras formas de intervención, distintas a los rituales de las instituciones de protección y de la escuela moderna (ascensos, niveles, demarcación de lo femenino y lo masculino, sistemas de premios y castigos). En suma, se trata de introducir otros elementos que permitan darle un nuevo estatuto ontológico, sociocultural y epistémico al sujeto niño del tiempo presente, al plantear las infancias como objeto (sujeto) de conocimiento.

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1. Según Bourdieu (2007), el campo, comprendido como espacio social y simbólico de luchas por el posicionamiento de capitales (en este caso culturales), contiene como principios de funcionamiento fundamentales: el fomento de estructuras estructurantes para la incorporación de nociones; y la producción de nuevos sentidos. El campo infancias es un escenario de debates y disputas entre capitales culturales procedentes de distintas disciplinas y otros campos en torno a las formas de existencia de los niños y niñas.
2. Se trata de un referente clave para comprender la concepción de ciudadanía social fomentada por el liberalismo en la segunda mitad del siglo XX, lo que dio lugar a la profundización de la política social en el marco del Estado de bienestar. Además de un recorrido por los derechos civiles y políticos, como elementos primigenios del proyecto de ciudadanía de los siglos XVIII y XIX, los autores británicos introducen los derechos sociales como el camino que abre la nueva ciudadanía social del siglo XX.