Escribir sobre un hecho trascendental para la vida cívica peruana desde la perspectiva educativa es una obligación. Pasaron los años en que hablar de política en educación era nefasto. Quien lo hiciera era perseguido, peor aún si era profesor
Hoy los tiempos han cambiado. Es necesario hablar de política desde la educación. Es una obligación pues los alumnos viven inmersos en un mundo de ofertas, de ocasiones. Se trata de formar desde la escuela una cultura política como un conjunto de pautas de razonamiento, de argumentación y de representación de la realidad, antes que como un conjunto de valores, creencias, actitudes y pautas de comportamiento, adquiridos de un modo esencialmente homogéneo a través del proceso de socialización. (La construcción de la cultura política en Colombia. Proyectos hegemónicos y resistencias culturales. Marta Cecilia Herrera et alt. Universidad Pedagógica Nacional. Bogotá, junio 2005 citando a Joan Botella)
Esta breve introducción es para tratar desde la perspectiva educativa el evento electoral próximo que es uno de los menos trascendentes que se han desarrollado en décadas en el país. La educación no puede dar la espalda y renunciar a su función de decodificar los mensajes que están en juego en cada uno de los candidatos.
“El próximo presidente será de mediocre para abajo. O peor…” (Pedro Salinas, Perú 21.03.11). Un juicio lapidario pero sin duda es la preocupación que recorre el pensamiento y sentimiento de una gran mayoría de peruanos que no se sienten comprometidos ni identificados con ninguno de los diez candidatos al sillón presidencial.
Lucidez, prestancia, conocimiento amplio, no “cabeceado” con mensajes subalternos, ética, identidad, solidario, inclusivo, son los valores que demanda nuestra patria en trance de elegir a un nuevo presidente para el período 2011-2016.
Doctos en mensajes contradictorios, adaptados al auditorio que tienen al frente. Se es popular recurriendo a la manifestación fiestera reñida con esta expresión. Pero vale todo con tal de atraer público y hacer creer que esa popularidad que muestra el candidato, repetida en plazas, mercados, calles, dando besos y cargando bebes, tomando una cerveza, o corriendo para demostrar ¿qué? ¿Cuál es el mensaje? ¿Cuál la propuesta sostenida, que cuando gobierno no sabrán –ellos lo saben- no podrán cumplir?
Lo peor del mensaje político es lo que hemos apreciado en estos meses. Recurriendo a palabras efectistas, a eslóganes de mercado y al merchandaizing, para estar a tono con los tiempos, hacen creer que el trabajo, la salud y la educación no son una promesa sino un derecho. Eso sí resaltan –y algunos hasta han cambiado de maquillaje con tal de ganar votos- los éxitos macro económicos, del aumento del PBI y tantas otras situaciones de las cuales el pueblo oye hablar, pero en realidad sólo la pueden ver por la TV y conformarse con lo que se tiene y seguir alimentándose de más hambre y miseria. Las promesas de reconocer la edad de los más viejos y darles a los que viven a los 65 años una “pensión” de 250 soles, no es sino hacer realidad lo que la copla dice “con dos pesos por cincuenta, mi hermano se envejeció” (Argentino Luna).
En educación ¿qué no prometen? Todas medidas en las que se conviene son necesarias, pero nadie habla de cambiar la estructura del Estado que se encarga de hacer realidad esas intenciones –que se quedarán en eso- para que luego de un tiempo “la vida siga igual”.
Todos han obviado hacer referencia al Consejo Nacional de Educación y sus estudios, sus trabajos a nivel regional, al Proyecto Educativo Nacional, los proyectos educativos regionales ¿por qué? ¿los ignoran?
Esa omisión denota un desconocimiento de lo que es la educación nacional y de sus problemas. Por ello se recurre a lugares comunes y a proponer programas que no podrán cumplir. ¿Por qué ese trato facilista al tema educativo? ¿Acaso no requiere del mismo rigor con que se plantean las estrategias económicas? ¿Acaso no se sabe que es necesario invertir en educación? Las medidas parche que se proponen, son eso, remiendo, que no atacan los problemas de fondo.
Se habla de impulsar la educación técnica a nivel nacional –un candidato ha dicho que se harán 24 institutos tecnológicos- ¿Conoce lo propuesto por la Reforma Educativa de 1972 (frustrante es referirse a ella en estos tiempos, pero así estamos de atrasados) en donde se equiparon las instituciones educativas a nivel nacional con máquinas húngaras y se olvidaron de capacitar a los docentes? ¿Qué ocurrió con esa inversión? Se hizo, pero las máquinas se quedaron en unos casos embaladas –como en algunos colegios de Lima Provincias que conocí y en otros del interior del país- y en otros casos algunos directores más osados las empezaron a utilizar pero sólo en la medida en que los profesores las conocían. Empezaron a malograrse y no hubo repuestos Y allí quedan en algunos lugares como recuerdo que lo que quiso haber sido y no fue. El cambio de gobierno hizo que se olvidase esa inversión, pero el pago de la deuda por la compra sí hubo que honrarlo. ¿Qué pasará con la inversión de una laptop un niño? Un capricho presidencial y ministerial lo impuso a pesar de la opinión de especialistas. ¿Quién garantiza que seguirá el proyecto? ¿Hacia dónde va? La experiencia no soporta una comparación con la experiencia que se realiza en Uruguay. ¿Por qué el actual gobierno dice últimamente en su portal del sector educación “UNA LAPTOP POR NIÑO PUEDE LLEGAR MÁS RÁPIDO A COLEGIOS CON APOYO DE AUTORIDADES LOCALES. Sólo tienen que asumir el costo del transporte de computadoras y otros accesorios de última generación de Lima a sus centros educativos” como indicó el director de DIGETE? (Ministerio de Educación 25.03.11). ¿Acaso no estaba todo financiado? ¿Qué sucedió?
Tal vez esta opinión sea poco alentadora, pero es una realidad que tenemos ante nosotros y que no se recurra al facilismo que disfraza corrupción y demás antivalores con dichos que se han vuelto como frases amuleto “no importe que robe, pero que haga obra”, que es común escuchar en las combis, en las plazas, en mercados, en las calles, con relación a determinados candidatos. Sinónimo de una carencia de civismo, de formación democrática, de conciencia ética que estos políticos de pacotilla han ido inoculando en el imaginario popular.
Vemos con perplejidad que siguen existiendo los gamonales, los barones y demás monstruos que se creían ya sepultados. Pero baste que exista el poder del dinero para que en cada personaje surjan estos monstruos que son irrespetuosos de las leyes elementales del tránsito, los evasores de impuestos, los traficantes no sólo del narcotráfico, sino de una serie de objetos que se lucen en el mercado, de los que defraudan al Estado y muy frescos se presentan como postulantes al Congreso de la República y tantos otros que en provincias son los nuevos reyes ¿de qué? Se creen todopoderosos.
No seguimos enumerándolos porque ese es el panorama que nos ha dejado no sólo el gobierno que se va, sino aquel nefasto de los 90 al 2000 y que hoy osa presentarse a las elecciones. Este gobierno que causó la debacle cívica que tenemos hoy día y que muchos abrigan esperanzas de que volverá. Nadie recuerda que fue el que desestabilizó instituciones, que suplantó decisiones, que no tuvo reparo de erigirse como “líder” de un país de ciegos, de tuertos y sordos.
La mediocridad de esta campaña, la nimiedad de los mensajes indican que nadie da lo que no tiene. Estamos avisados. “Lo hizo y lo hará” o “Yo lo sé hacer”, y otras frases efectistas o la utilización de música de moda con letra adaptada no llegan a “pegar” en la gente. Falta un mensaje con fuerza, con mensaje comprometido, que no afirme el cambio de la boca para afuera, sino que signifique fuerza de respaldo, compromiso que verdaderamente el país necesita un cambio profundo y no un somero maquillaje.
¿Pero hacia dónde el cambio? A unas promesas de los 80 que no dieron resultados. ¿Por qué la izquierda perdió el apoyo y por qué hoy quienes levantan sus banderas sin decir que son de esa tendencia creen que los van a seguir? ¿Por qué se pone la esperanza en un militar? ¿La ciudadanía no ha podido formar un líder? Hemos devaluado nuestra ciudadanía, hemos devaluado nuestra democracia y fueron los militares los que se alzaron a nombre de ella. ¿Para qué? Para hacer de nuestros países lo que hoy somos. Y así muchos civiles lo acompañan en este evento cívico que son las elecciones.
Lamentablemente ya no existe una clase política, ni el debate de ideas. Todo se ha perdido y se ha llegado a la ridiculez de testear a un candidato sin saber los problemas del pueblo preguntándole por el precio del pan. ¿Eso es importante? Sin duda, pero no es lo principal. La campaña electoral pobre en propuestas, en planteamientos tiene mucho que ver con la debilidad de las instituciones democráticas, de los partidos políticos, de los gremios, de los gobernantes que hemos tenido en estos últimos quinquenios.
A pocos días de la elección los medios hacen que la veamos como una contienda hípica y no como un evento en donde se juega un quinquenio del país y que no existe el líder que tenga la capacidad para poder dirigir la transformación que necesitamos, sin perder la perspectiva de lo logrado.
Seguridad ciudadana, política anticorrupción y las grietas sociales del modelo económico, son preocupaciones y banderas lanzadas al viento. Pero ¿con qué convicción? El presidente que requerimos no es quien se lleva bien con los banqueros; quien ya ejerció el poder; quien es hija de un reo de lesa humanidad; hijo de un buen alcalde, pero que es la personificación de la oscuridad en su quehacer político y profesional; de quien tiene en su hoja de vida el haberse levantado en el sur. Otros menores con una variedad de antecedentes, sin duda más transparentes y notables pero que no han tenido los medios para hacer llegar su mensaje ni el soporte de un partido político sólido, con antecedentes.
En lo que se refiere a los congresistas, es un listado de viejas, antiguas caras –que no de brillantez intelectual ni política- con una nueva generación que quiere optar por una representación. Como en un mercado de abalorios existe de todo. De los que merecerían estar y de los que haciendo un acto de contrición deben retirarse por el bien de la nación. No es posible que nuestro país se dé el lujo de tener congresistas que van a la tercera elección. ¿Se les ha evaluado? ¿No serán aquellos que tienen redivivo el espíritu de los oligarcas que creíamos haber enterrado? ¿Por qué ese afán de sentirse ellos ante sí merecedores de una nueva postulación? Muchos de los actuales candidatos llevan entre sus propuestas la no reelección ¿serán capaces de cumplir esta promesa?
Hemos escuchado muchas veces ese propósito, sin embargo pocos se han atrevido a ser consecuentes con su voto al momento de optar. Para ello se premunen de argumentos diversos que los hacen imprescindibles –según ellos- para seguir aprovechando de las dádivas que les da el cargo. De esos personajes tenemos muchos hoy que compiten unos en sus mismas listas, otros cambiando de partido sin importarles ser consecuentes con lo predicado en etapas anteriores.
¿A quién elegir? Responsabilidad que debemos asumir como demócratas, como ciudadanos. Difícil tarea. Pero debemos cumplirla no recurriendo al argumento de elegir el mal menor. ¿Mal para quién? ¿Para el país o para los intereses particulares?
El politólogo Enrique Bernales escribe “La campaña en curso nos muestra crudamente que este es el peor de todos los procesos convocados para votar para la renovación democrática de autoridades” (EL COMERCIO, 23.03.11) Triste el futuro que nos espera, con fortaleza económica que enriquece a unos pocos y una democracia que debe ser refundada, pues la que tenemos es una piltrafa que nos dejó el reo-expresidente que quiere volver a gobernar como si la presidencia fuese una herencia.
La siguiente frase tomada de la columna de Abelardo Sánchez León refleja lo que sucede en estos momentos electorales: “Los políticos son los reyes del mambo, se creen lo máximo, se alucinan los elegidos que pueden decir todo lo contrario de lo que hacen. Los menos indicados van a recomponer el Congreso, los más pillos van a luchar contra la corrupción, aquellos que no rinden cuentas prometen educación de calidad. En fin, dicen que somos un país de gente desmemoriada, sin educación, que no entendemos lo que leemos y que no dominamos las cuatro operaciones fundamentales. Si no hemos comido bien hasta los 5 años de edad, sonamos. O sea, y nada, como dice la muchachada cuando tiene flojera de explayarse en una idea. Los políticos creen que hemos ‘mancado’. Les encanta violar la Constitución y en medio de ese bosque de leyes les fascina entrometerse, poner a su candidato en carrera y hacer lo que les da la gana.” (EL COMERCIO.23.03.11 Columna Rincón del Autor)
En nuestro país en vísperas de elecciones presidenciales una de las más impredecibles de nuestra historia democrática oscilamos entre la indiferencia y la poca credibilidad en los candidatos; entre la vaguedad de los planteamientos y las urgencias de una realidad que demanda, equidad, justicia, solidaridad y no acomodos. (02.04.11)